Por un trozo de papel viejo…
Las batallas más duras, las guerras más cruentas no precisan de sangre expuesta y desordenada, ni tampoco de pregoneros que las aireen, ni tan siquiera de testigos que las justifiquen. Se producen en el interior del alma con ecos de tristeza mientras se gana, poco a poco, terreno a la vida y se convence al intelecto de que otra forma de vivir es posible. Ojalá que el espejo que ahora forjo ofrezca paragón para otros seres humanos que buscan también una tregua…
Barcelona, 23 de Octubre de 2004
Acostumbrado a caminar diariamente pues consideraba que los pensamientos, de no ser aireados, se convertirían finalmente en conductas reiterativas destinadas a terminar en manías, salió aquella mañana de domingo con el ánimo de liberarse de toda la incertidumbre que últimamente le venía rodeando. Había superado años atrás la barrera de las cuatro décadas e imaginando que había dejado detrás el ecuador de sus días sentía el deseo de caminar en paralelo de la mano de alguien para no sentirse tan vacío. Empresa poco sencilla a tenor de las circunstancias que rodeaba entonces a una sociedad que, cargada de tecnicismos y automatismos que actuaban como disgregadores del concepto humanidad, poco o nada se reconocía ya como un lugar para generar nuevas amistades, alentar la proliferación de relaciones amorosas o siquiera conversaciones con cierta bondad.
Paradójicamente se sentía engullido en un pozo de felicidad donde la gran mayoría de las personas compartían, exportaban o se esforzaban en comunicar a los demás el tamaño de su dicha diaria sin que muchas veces ésta fuera más cierta que la necesidad de ser escuchados. Aun reconociendo que el ser humano es social por naturaleza y que necesita de sus coetáneos para mantener su ego, Miguel entendía que estaba sumido en una vorágine de tristeza y estupidez tal que se sentía ausente de todo aquello que le acompañaba en el sendero de su vida. Sentía que lo denostado, lo antiguo, los valores que acuñaron las generaciones pasadas le aportaban más, mucho más que la explosividad de colores superfluos, sonidos huecos y miradas poco transparentes que le circundaban en aquellos días.
Echaba en el abrigo de paño, además de un libro, un puñado de trozos de pan duro que envolvió en una hoja de periódico con el fin de echárselo a los patos del estanque del Parque de la Ciudadela. El viento, único elemento que desde hacía años, solía abrazarle y acordarse de su necesidad de ser tomado, hacía de los pelos de su cabeza un rincón para la anarquía y destrozaba por completo el esmerado peinado que antes de salir de casa servía como elemento de reflexión frente al espejo para valorar la voracidad de los años y la coquetería de unas arrugas cada vez menos tímidas. Ya se había acostumbrado a saludar a las mismas personas aunque no las conociera, total, en un saludo se esconden muchos misterios y, quién sabe, el germen de una posible historia futura.
Aquella mañana el sol ofrecía con derroche la oportunidad de satisfacer al cuerpo con una temperatura agradable y condescendiente con aquellos que cultivan el frío en su interior o, desgraciadamente, no pueden combatir las consecuencias de este con los efectos del calor de pecho ajeno. Por eso, decidió sentarse frente a los rayos más punzantes en uno de los bancos del final del camino, lugar poco transitado y mecido por el suave vaivén del sonido de los árboles. Como digo, pasaban por allí, a lo sumo, un par de personas cada cinco minutos. Por esta razón se permitía el lujo de cerrar sus ojos y disfrutar de la sensación de estar, de ser…simplemente de gozar el momento.
En un momento, mientras tenía cerrados los ojos, notó que el banco, en el que estaba sentado, se había movido ligeramente y esto le hizo abrirlos poco a poco para valorar qué había ocurrido. Fue una sensación extraña porque al mismo tiempo que se sorprendió sintió una paz enorme en su interior, estaba acompañad. Se trabaja de una mujer. Rondaba los mismos años que Miguel, de piel muy clara, cabello rizado y castaño, con ojos llenos de luz y una sonrisa a medio camino entre la timidez y la seguridad que dan los años. Sus mano, colocadas con extremada sencillez sobre sus piernas, entrelazaban sus dedos sin llegar a presionarlos entre sí. Parecía estar disfrutando de la calidez del sol y mientras la miraba no articulaba palabra alguna, era como si esperara a que Miguel iniciara la conversación con aquello que considerara oportuno. Y así lo hizo.
–Disculpa, no me había dado cuenta de que estabas sentada a mi lado. Esto de quedarse casi dormido al sol es una delicia. Mi nombre es Miguel– Mientras extendía su mano para estrechar la de esta mujer.
–Nada de disculpas, yo no pedí permiso, me senté sin más y tampoco me presenté en ningún momento. Encantada de conocerte, mi nombre es Alicia– Mientras, al igual que él, ofrecía su mano para ser estrechada.
–Y, bien…- Dijo Alicia mientras volvía a cerrar los ojos y levantar la barbilla como si quisiera retornar al instante de éxtasis placentero que había perturbado Miguel. Éste no sabía qué decir pero sentía el deseo irrefrenable de mantener viva aquella conversación y sin demasiada dilación espetó otra frase de aquellas que, ridículamente, tratan de avivar el fuego antes de encenderlo.
-¿A qué te dedicas?- Preguntó tímidamente…
Sin hablar, ni tan siquiera abrir los ojos, Alicia tomó con su mano izquierda la derecha de Miguel y éste pudo sentir un calor especial recorrer todo su cuerpo. Entonces se quedó paralizado sin saber ni qué hacer ni qué decir. Para cuando quiso reaccionar fue aquella mujer la que se le adelantó…
–¿Te has parado a pensar? Eres una persona muy afortunada. Disfrutas, seguramente, del sol y la tranquilidad cada domingo. Por tus manos veo que aún guardas la firmeza y la salud de aquellos que tienen la posibilidad de hacer cosas nuevas, diferentes, propias y, sobre todo, para ofrecer a los demás. Cuantos desearían estar en tu lugar hoy… ¿verdad?- Y sin soltar la mano de Miguel volvió a levantar la cabeza buscando la perpendicularidad de los rayos de sol.
Miguel sintió la obligación de contrarrestar aquellas afirmaciones desde lo más profundo de su alma y hacerle partícipe con argumentos de peso de la situación de tristeza, apatía y destierro que la vida le estaba ofreciendo en aquellos momentos. Tomó aire, se giró a su derecha y mirando a Alicia, también sin soltarle la mano, le contestó:
– Hace tiempo que vengo buscando la forma de evadirme del silencio, de la ausencia de cariño, de la necesidad que tiene mi piel de ser abrazada y de que otro ser humano me despida cada noche con el mismo afecto que reciben los merecedores… No encuentro fortuna en el inmenso eco de la calma, ni tampoco en el transcurrir de los días como réplicas del anterior, no encuentro motivo alguno para nombrar la dicha. Creo que desconoces cuan oscuro es el dolor de los que profesamos la terrible situación de estar solos.- Y tras aquella letanía ácida y cortante de palabras, soltó poco a poco la mano de aquella mujer para apretar las suyas como si ambas buscaran el consuelo que su declaración no pareciera encontrar.
Más allá de mermar sus consideraciones por lo escuchado de boca de Miguel, Alicia se giró a su izquierda y sacando de su bolsillo un papel doblado, le tomó las manos, lo depositó en ellas y le dijo: – No has entendido nada de lo que te he dicho, pero imagino que todos tenemos un momento, un instante, un lugar de nuestra existencia donde llegamos a comprender las cosas verdaderamente importantes. Mientras esa ocasión llega hemos de asimilar, con la mayor de las serenidades, que cada aprendizaje duele. Cada persona es el principal personaje de la historia que le tocó vivir, y por ende, habrá de conseguir, siempre, el final deseado, el más bonito, o al menos luchar por ello. Pero para eso ha de escribir su guion porque nadie lo hará por él mientras tenga que escribir el suyo propio. Llevas casi medio siglo buscando algo que jamás encontrarás en nada ni nadie pues lo llevas dentro.- Y acompañó con una sonrisa y un apretón de manos sus últimas palabras. Miguel sintió como resbalaba por su cara una lágrima y contuvo el deseo enorme de abrazarla para agradecerle lo escuchado.
Cuando se decidió a inclinarse para poder rodearla con sus brazos notó que sus llaves, guardadas en el bolsillo izquierdo del abrigo habían caído al suelo. Se giró para cogerlas y cuando fue a retomar el acto de agradecimiento se sorprendió viendo que estaba solo. Se giró sobre sí mismo una y otra vez, no había nadie en un radio de cien metros. No podía ser, le había parecido tan real que creía estar volviéndose loco por momentos. Aunque no emitió sonido alguno sus labios pronunciaban el nombre de Alicia con la intención de que el silencio fuese pertinaz emisario de su llamada pero jamás obtuvo respuesta alguna. En ese momento, pensó. El trozo de papel que dejó sobre mi mano, eso sí que es real. Abrió su mano y, efectivamente, allí había un papel doblado. Con la forma de varios años, amarillento y casi a punto de romperse donde se veía escrito con tinta ya descolorida: “No olvides jamás que eres alguien maravilloso al que habrás de cuidar siempre porque serás la única persona que vivirá contigo hasta el final de tus días…Tu abuela que te quiere.”
Miguel recordó que aquel pedazo de papel tenía ya casi quince años y lo llevaba siempre consigo tras recibirlo de su abuela justo meses antes de morir. Posiblemente, se quedó dormido y el ruido de las llaves, con el frío del atardecer, le despertó de aquella fascinante conversación. Se incorporó, aún con la mejilla mojada por aquella lágrima y mientras se alejaba del banco no pudo volver la vista atrás para decir adiós a aquella mujer o bueno, a su recuerdo…
Quizá, en más de una ocasión, la soledad, compañera bienvenida cuando es solicitada, sea la mejor de las acompañantes para permitirnos ver que somos seres únicos e irrepetibles, que por muy grande que sea nuestro dolor todo es relativo y que merece la pena vivir y luchar por disfrutar de ello.
Cada noche, Miguel, sonríe tímidamente mirando al techo de su habitación, esperando que al girar su cabeza a la derecha haya alguien para tomarle la mano o para darle fuerzas para continuar disfrutando de la oportunidad de latir cada día.
Dedicado a todas las almas, temporalmente, en tiempo muerto. Con todo mi cariño…
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Ningún alma está en tiempo muerto, ni siquiera temporalmente, pues es en ese trayecto del camino cuando se reencuentran consigo mismas y tienen la oportunidad de crecer y sumergirse en un nuevo aprendizaje.
Precioso. Un saludo
El silencio también es aprender. Sea como fuere, gracias por tu lectura.
Un saludo…
Precioso Justi de ❤.
Gracias…encanto de persona, y disculpa por el retraso. Las circunstancias de la vida, en ocasiones, te alejan del centro del camino. Un beso enorme.