Una conversación inolvidable…
Discúlpame, Pedro, amigo, por usurpar esto que llaman muro pero un día compartí una conversación con él y creo que merece, en honor a su recuerdo, sepamos el padre que tenías.
Mi admiración por Pedro Romero va más allá de su inestimable palmarés como ciclista y así lo sabe porque en cada conversación que he compartido con él me ha dado la oportunidad de corroborar tal circunstancia.
Tal es así que en su día me di el lujo, como hoy, de escribir públicamente torpes razones para explicar los motivos que me llegaban a pensar así sobre él. Más allá del agradecimiento personal por su parte, que no era mi intención, tuve la maravillosa oportunidad de conocer a su padre. Un señor que conocía de vista, siempre en la sombra y pegado a la de su hijo de forma perenne como su primer seguidor.
-Así que tú eres Justi…- Me sorprendió que se acercara a mí y me ofreciera el comienzo de una conversación que jamás olvidaré.
-Si, Señor. Amigo de Pedro, esta maravilla de ciclista, ¿verdad? – A lo que cualquier padre orgulloso y, entendiblemente, altanero respondería con una sonrisa o con un gesto de afirmación nada desdeñable. Pero en su caso no fue así.
Noté que me miró con la necesidad de que fuera más allá en mi juicio, de que advirtiera en su hijo el valor del sacrificio, que fuera capaz de contemplar sentimientos que van más allá del eco de los aplausos o el agasajo público.
Fue entonces cuando me aventuré a continuar la conversación y es que él, sin demasiada o ninguna vehemencia me cortó para decirme – Está muy bien lo que dijiste sobre él en tu escrito, te lo agradezco mucho. Que valoren a tus hijos es algo que, como padre, supone una inyección de cariño que conlleva darle sentido a muchos años.–
Y poniendo su mano derecha sobre mi hombro izquierdo continuó diciéndome..
-Pero, si me permites, creo que he de agradecerte yo a ti mucho más. Me vas a entender, verás. La persona de mi hijo es mucho más grande que el ciclista. El ser humano hace años que superó cualquier expectativa que este padre tuviera porque mi hijo me ha hecho grande con su forma de afrontar la vida. Por eso siempre estaré en deuda con él. Es por esa razón que apoyarle en cada carrera es un auténtico placer y una necesidad para mí, esté cerca o lejos de él. Y lo haré hasta el final de mis días…-
Me dejó helado, sin palabras. Y lo único que pude esbozar fue una sonrisa mientras trataba de mitigar el enorme nudo que se me hizo en la garganta, por no hablar de mis insoportables ganas de llorar.
Siempre he oído hablar a Pedro de su padre con un cariño y admiración propios de un ser humano humilde y cercano. Su padre fue, es y será un referente para seguir creciendo y mejorando como persona. Pero jamás había escuchado a un padre elogiar a un hijo desde el calor que ofrecen las entrañas y el amor destilado que ofrece un corazón entregado a la pasión por su descendiente.
Ojalá, Señor, allá donde esté me ofrezca la posibilidad de llegar, algún día, a la altura de sus tobillos como padre, siquiera para entender lo extraordinariamente maravilloso que ha de ser marcharse y que la estela que dejemos a nuestros hijos brille tanto que jamás dejen de tenernos como faro.
Lamento, Señor, que se haya marchado finalmente pero ahora entiendo que será para poder guiar los pasos de Pedro desde las alturas, allí donde poder ayudarle al final de cada repecho.
Gracias por tanto como me dio en un puñado de minutos. Eternamente agradecido. D.E.P, caballero.
Un abrazo, Pedro.