Plasencia: Mi casa, mi vida…
…Te he caminado tantas veces que apenas recuerdo cuando fue la primera vez que mis ojos te recorrieron. Por eso creo que mereces que hable de ti, no sólo a los que te conocen tanto o más que yo, sino también a los que, desde el otro lado del Atlántico ( México, Argentina, Perú, Colombia, Venezuela, Cuba o Estados Unidos, a los que agradezco enormemente su cariño )se van sumando a los amigos de mi rincón de lectura.
Plasencia es como esa mujer que siendo leal y caprichosa, aporta a sus vecinos el bagaje de la Historia y la lozanía de un futuro lleno de expectativas y sueños a cumplir por una población que la adora y disfruta de vivir con, en y desde ella. Somos, en ocasiones, poco sensibles al valor del enclave en el que vivimos; la frescura que concede la desembocadura del precioso Valle del Jerte o la vecindad maravillosa de una Vera espectacular y sorprendente que va desde el mismo Gargüera hasta la incomparable localidad de Madrigal de la Vera. Un conjunto natural, cultural y artístico al alcance de pocos lugares sobre la faz de la Tierra. Creedme si os digo que no fanfarroneo en absoluto con los términos que habéis leído pues hasta los Reyes han optado en más de una ocasión por visitar las lindes de nuestra querida ciudad.
Del empedrado de tus calles peatonales tengo recuerdos dando patadas a una naranja por la Calle de la Encarnación, recorriendo la misma en simulacro de carrera por alcanzar la Calle Talavera, retando al aguante de mi madre en la evaluación exhaustiva que realizaba a mis zapatos nuevos de domingo cuando regresaba a casa. Auspiciado por los muros de una catedral que venerable y venerada por cinco extraordinarios siglos ha visto pasar el tiempo cautivando a los placentinos con sus arrebatadores encantos arquitectónicos. Los mismos que me enamoraron siendo adolescente de la mano de “Suso” , un gran profesor, que hizo que mis ojos comenzaran a ver sus piedras desde otra perspectiva.
Cuando era un niño era más libre, más ausente en estereotipos, en miedos y vergüenzas ajenas y me encantaba regresar del colegio deleitándome con las calles de mi ciudad al tiempo que, si se me antojaba cantar, cantaba. Ahora jamás lo haría…hemos perdido originalidad y sinceridad. Qué nostalgia me arranca la imagen de la pastelería que había al final de la Calle del Rey donde, sin pudor alguno y con demasiada inocencia, le reclamábamos, le solicitábamos al pobre pastelero, mientras nos arrodillábamos para verle trabajar, un pedazo de pastel para que le dejáramos en paz. Jamás supe su nombre pero tengo que agradecerle tantos momentos dulces que hizo que mi niñez fuese atrevimiento, jamás descaro o falta de educación, pero sí felicidad y disfrute. Hoy tan sólo hay una máquina expendedora…
Muchos de los que me leéis recordaréis conmigo la emoción de asomarse por primera vez a las ventanillas del Teatro-cine Alcázar para comprar nuestras primeras entradas de cine. Era el primer paso para llegar a la gloria de la pantalla grande y hacer de nuestra tarde de sábado un momento inolvidable. Hoy, cuando paso, siempre suelo mirar al suelo de la tienda de ropas que hay en su lugar, y una y otra vez le digo a mi hija: -¿Recuerdas?- E invariablemente me contesta – Si papá, ahí fuiste feliz con muy poco-. Me parece necesario y fundamental que sepa que aquello que hagamos en nuestra niñez será extraordinariamente importante para nuestro futuro. Como lo fueron aquellos kioscos de la Sra. Felisa, los de la Plaza Mayor, el de San Esteban, el del Cine Coliséum, o el del parque de la rana…Convencido de que a muchos os traerán recuerdos inolvidables.
Cada vez estoy más convencido de que nací en la ciudad que habría deseado si me lo hubieran preguntando antes de ver la luz. Afortunadamente he conocido, viajado a otros lugares, dentro y fuera de España y, siendo un amante empedernido de la naturaleza, la libertad y los espacios abiertos, Mi ciudad tiene todo aquello que puedo desear para ser feliz. Paseando por el Parque de la Isla siento, si cierro los ojos, que el otoño que disfrutamos nos trae cada año un pedacito de Londres pues, aquellos que lo conocéis, concurriréis conmigo en que la similitud es extraordinaria. Hasta en eso somos cosmopolitas y sorprendentes.
Es cierto, Plasencia, has crecido muchísimo, has cambiado y cambiarás, pero en el fondo guardas el valor que te hizo nacer. Imagino al magnánimo Rey Alfonso VIII otorgándole el título de ciudad a una encrucijada de caminos que para nada fue arbitraria y espontanea, sino medida y reconocida. 1.186 sería el año en que nuestros antepasados sembraron el germen de gloria que hoy disfrutamos. Ojalá que seamos dignos de dejar en legado a nuestros ascendientes un lugar tan maravilloso, plural y sin parangón como el que vivimos nosotros.
Hoy no fue un relato imaginado, brotado de la imaginación de mi pobre cabeza, ni tampoco intenté reflexionar sobre nada. Este rincón me concede la estupenda posibilidad de hablar conmigo mismo y con aquellos que deseen empatizar con mi persona. Fui egoísta y pensé, sobre todo, en mis vecinos y vecinas placentin@s…Qué suerte tenemos, amig@s. Disfrutemos de la tremenda ciudad en la que vivimos.
A mis lectores foráneos os animo a visitar esta maravillosa ciudad, esta incomparable tierra. No os arrepentiréis y, con seguridad, valoraréis una segunda visita.
Salud y buenas noches. ..
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