El difícil arte de enseñar va más allá que la transmisión de contenidos. La contemplación del avance individual, improvisado, autónomo y creativo del alumno es mucho más que la acumulación de contenidos. Al menos, así lo creo yo, y así lo pongo en práctica día a día.
Los docentes deberíamos aprender día a día que los alumnos son elementos diferentes y diferenciadores de nuestra actividad lectiva, por tanto, cada persona tiene características propias e intransferibles que le permiten un modo distinto de acercarse al aprendizaje. A lo sumo, nosotros, tan sólo somos los señuelos que ayudamos lévemente a marcar los posibles caminos del entendimiento.
LA EDUCACIÓN (Extracto del libro “Mis Creencias” de Albert Einstein)
La enseñanza ha sido el instrumento más idóneo para transmitir el tesoro de la tradición de una generación a otra. Esto acaece aún hoy en mayor grado que en tiempos anteriores, pues a causa del desarrollo moderno de la vida económica se ha debilitado la familia como portadora de la tradición y de la educación. La continuidad y la preservación de la humanidad dependen, por tanto, en un nivel mayor que antes, de las situaciones de enseñanza.
A veces sólo se ve a la escuela como un instrumento para transmitir el máximo de conocimientos a la generación presente. Pero esto no es exacto. El conocimiento esta muerto, la escuela en cambio, sirve a los vivos. Debería cultivarse en los individuos jóvenes cualidades y aptitudes valiosas para el bien común. Más ello no significa que haya que destruir la individualidad y que el individuo se convierta en simple instrumento de la comunidad, como una abeja o una hormiga. Una comunidad de individuos moldeados con el mismo patrón, sin originalidad ni objetivos propios sería una sociedad empobrecida sin posibilidades de evolución. El objetivo ha de ser, al contrario, formar individuos que actúen y piensen con independencia y que consideren, no obstante, su interés vital más importante el servicio a la comunidad.