Emocionalia

Y entonces tuvimos suerte…

..Y entonces tuvimos suerte, nos tuvimos a nosotros.

Se acercaban las fiestas y en la calle todo era motivos navideños. El frío arreciaba por las noches arropado por la niebla que en las calles de Bosolver, nuestro precioso pueblo situado en el mismo centro de Inglaterra. Yo, el pequeño de cinco hermanos, aún no tenía edad para ir a la escuela y, por aquél entonces, apenas tenía sentido común para recordar lo que ahora cuento pero historias así se graban a fuego. Por lo que no temo olvidar contenidos si consigo recordar lo que siento…
Y entonces tuvimos suerte...Mi padre había sido invitado a abandonar su puesto de trabajo en la vieja fábrica de relojes porque, según el dueño, las personas ya no estaban interesadas en saborear el tiempo sino en perderlo y para ello no se necesitaban ya sus relojes. Atrás quedaban 28 años dejando la vista sobre los mecanismos dentados, y con el mismo compás perpetuo, a la luz de una bombilla cegadora que nos daba de comer a todos. Siempre pensé que no hay tiempo más perdido que el que no se ha sentido ni pérdida más grande que la que cuenta demasiado cuanto más tiempo pasa.
Madre practicaba malabarismos para calentar nuestros estómagos con restos de las sobras de unas sobras que alguien le regalaba reconociendo nuestra situación. Por turnos, mis hermanos, se distribuían por las calles para recoger cartones, trapos viejos y limosna que alguna que otra persona les concedía, no por pedirla sino por merecerla a los ojos de todos mientras se afanaban por llevar algo a casa.
Mientras tanto, en casa era Navidad a nuestro modo. Padre me sentaba sobre sus rodillas a la luz de una farola de la calle que nos iluminaba la estancia familiar, cuando la del sol se nos negaba a eso de las cuatro de la tarde, y me hacía trotar sobre ellas para jugar, entendí con el tiempo, para aliviarme el frío entre salto y salto. Tengo un leve recuerdo de su cara mientras me apretaba entre sus manos porque jamás he vuelto a ver unos ojos tan tristes con tanto brillo. Creo que lo peor que hay para un padre o una madre es mostrar felicidad ocultando sacos de tristeza y pesadumbre bajo el pecho.
LY entonces tuvimos suerte...legó el día vísperas de Navidad y, aunque nos sentamos todos a cenar, o lo que fuera aquello, pesaba demasiado en el ambiente que un día más, un año más no habría regalos en los zapatos de nadie a la mañana siguiente. Padre, con la ayuda de mis hermanos mayores, justificaban la ausencia de los mismos contándonos a los más pequeños que Papá Noel había tenido un pequeño traspiés y que desgraciadamente, después de un exhaustivo sorteo, este año tampoco nos tocaría regalo…Contado así, yo me sentía algo aliviado pues por un momento habíamos rozado la posibilidad de tener un juguete y, quien sabe, el próximo año podríamos ser nosotros los afortunados.
Marchamos a la cama, mis padres sobre el viejo colchón trenzado en lana y telas muertas que remendaba de a poco mi madre según le veía descubiertos y yo con ellos para ofrecerme calor. Mis hermanos, una vez más, compartían hasta la cama. Los cuatro juntos cabeza, pies, cabeza y pies…Y créanme, aún está por ver el día que se quejaran por falta de espacio. Qué les voy a contar, eran otros tiempos. Y nos dormimos…
A la mañana siguiente desperté y vi que a todos nos faltaban los zapatos derechos de nuestros pies…-¡Nos han robado, nos han robado!-, grité cual loco en ausencia de cordura. Mis hermanos despertaron a la vez que mis padres y todos nos dirigimos a la habitación contigua donde hacíamos vida. ¡Qué sorpresa!, allí estaban nuestros zapatos…y había regalos para todos. Aún recuerdo la cara de asombro de mis padres mirándose estupefactos buscando una respuesta lógica para semejante situación. Me tiré a los brazos de mamá gritando -¡Nos ha tocado, este año nY entonces tuvimos suerte...os ha tocado!- , y recuerdo aquel momento porque aún conservo el tacto de la lágrima que rodaba mejilla abajo por la cara de madre mientras, una vez más, sonreía para disimular el hueco en su interior.
Los regalos, como digo, envueltos y empezamos a abrirlos…-¡Pero mira!-, dijo mi hermano Charles, -Es el abrigo que perdí en el parque mientras jugábamos a finales del invierno pasado…-. David tenía envuelto un cochecito de madera al que le faltaba una rueda pero aún corría como uno de los de carrera y que, desgraciadamente, perdió en los jardines de la escuela mientras correteaba. Papá, asombrado, abrió su regalo y encontró su viejo reloj de cuerda, aquél que después de utilizar para ver la hora antes de ir a trabajar jamás había vuelto a colocar en su bolsillo como si el tiempo ya no hiciera falta…Todos, todos tuvimos un regalo, todos menos mamá. Mamá no abrió ninguno. Ella había ido guardando todas aquellas cosas que habíamos perdido, olvidado o abandonado a suertes menores. Y los había envuelto con todo el amor del mundo para que el día de Navidad fuéramos tan felices como los demás. Nos abrazamos a la vez, todos, los siete, como si el mundo se hubiera parado y nos hubiera dado una tregua para poder disfrutar de la Navidad, nuestra Navidad particular. ¿El regalo de mamá?, se preguntaránY entonces tuvimos suerte...…Ella nos miró a los ojos, uno por uno, y nos dijo que jamás había conseguido tener un regalo más extraordinario que vernos reír a todos a la vez sin que fuera para ocultar otra cosa. Ese, ese fue su regalo de Navidad.
Hoy, madrugada de Navidad, y con ochenta y tres primaveras a mis espaldas sueño cada noche con volver a ver el brillo de sus ojos una vez más al despertar. Ese, y sólo ese, sería mi mejor regalo de Navidad…

Espero que os haya gustado y os rogaría que si así fuera, os suscribiéseis en el formulario de la web para recibir de primera mano y en un mail mis publicaciones. Gracias por vuestra atención, sois muy importantes para mí.

Agradecimientos a censurafuera.blogspot.com y esquironauta.wordpress por las dos fotografías tomadas prestadas.

 

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