Emocionalia

Por cuatro monedas…

Por cuatro monedas…

Se sentó en uno de los bancos que ponía límite al parque y que, al parecer, nadie frecuentaba por ser de los de peor aspecto y más distanciados de la fuente. Un pequeño y maltrecho perro acompañándole cual escudero .Toda su fortuna metida en una vieja maleta de cuero sin brillo y en los zapatos kilómetros de soledad adornados con una flor en su solapa. Un sombrero sin alas y un abrigo sin bolsillos para no perder nada. En fin, incluso el verbo parecía haberle olvidado ya.

Por cuatro monedas...

Se levantaba un leve viento que caprichoso movía las hojas secas en forma de círculos anárquicos de origen establecido y cierre incierto, mientras sus cabellos entre dejaban ver una mirada a medias que escondía más de lo que mostraba. No obstante, hasta los pajarillos de finales del otoño coqueteaban con su hombro mientras iban y venía a husmear. A decir verdad, no desprendía más miedo que la apariencia de un desconocido, esa que tantas veces juzgamos con antelación sin atrevernos a pensar que debajo de todo estandarte funciona un corazón movido por los mismos hilos que el nuestro. Sus manos, similares a ramas secas, adornadas con piel ajada, colocaban la maleta cuidadosamente sobre el banco para tenerla a buen recaudo.
Por un instante cerró los ojos y le dedicó al sol que se marchitaba una mirada con los párpados rendidos al sur, de esas que pareciera que deseas irte con el astro rey y que nadie te moleste en tu partida. De esos momentos en los que el mundo le sobra al alma porque cada segundo de quietud es una vida que pasa por la memoria. Por eso no me atreví a decirle nada entonces, sentía que le fuera a robar su brillante levedad. Al poco le vi abrir la maleta y sacar de dentro un violín desteñido, de madera noble pero entrada en años, con las cuerdas sin lustre ni fortaleza…un amigo con voz de tensión. Y lo acarició lentamente, lo tocaba con ambas manos registrando cada superficie del diminuto cuerpo como cerciorándose que todo estuviera en orden o , más bien, reconociendo la valía del regalo que tenía en las manos. Le vi abrazarlo, palabra, durante unos duraderos, emocionantes y enternecedores cinco segundos. Al cabo de dicho tiempo, lo apoyó en la unión de cuello y hombro, y mientras lo sujetaba con parte del mentón le dio rienda suelta a sus hijas que sonaron como jamás había escuchado antes. Todos y cuantos estábamos en el parque fuimos abducidos súbitamente por tan bello sonido y, necesariamente, comenzamos a congregarnos alrededor de él mientras nos regalaba una sonrisa y una caída de ojos en señal de agradecimiento.
Por cuatro monedas...Al término de su partitura aplaudimos con tanto entusiasmo que no nos dábamos cuenta de que los minutos pasaban y el batir de palmas era un continuo difícil de mermar. Poco a poco fue marchándose la gente tras regalarle unas monedas y, sin darnos cuenta, nos quedamos solos frente a frente…
-Todos se han marchado, se hace tarde y pronto refrescará demasiado. Camina a tu casa, muchacha.- Me dijo mientras cubría de nuevo el violín tímidamente con un trapo de color negro como si arropara a un hijo. No supe contestarle en ese momento, tan sólo sentía la necesidad de decirle cuanto me había emocionado cada nota que había interpretado, quería hacerle saber que no era la calle palco noble para tan estupendo músico, necesitaba transmitirle que su sitio no era la soledad.
-¿Es que no tiene casa?- Le pregunté.
-Claro, pequeña, lo que ocurre es que me dejé la puerta abierta y hace corriente. Hoy tampoco coloqué mis cosas y lo tengo todo muy destartalado. Tendrás que perdonarme…- Todo esto dicho con una sonrisa y guiado por la pausa que da hablar mientras se cierra una vieja malata sin tener ningún destino posterior.
– No me parece oportuno que se quede esta noche en la calle. Va a pasar mucho frío y no quisiera verle enfermar al día siguiente. ¿Por qué no llamamos a su familia para que venga a recogerlo?- Y, al parecer, eso fue lo que rompió el compás del momento dejando el concierto de nuestro encuentro a medias…Me miró de nuevo y me pidió que me sentara a su lado, si es que no me importaba. Acepté de buen agrado y me contó su historia. Años atrás había recorrido los mejores escenarios del mundo, Berlín, Milán, Barcelona, París…Todo era maravilloso y la gente le hacía creer que era alguien importante. Pero todo cambió un día, cuando tras uno de sus conciertos, se dio cuenta de que el dinero no siempre es buen consejero de la razón.
Mientras subía las escaleras de la Ópera de París, rodeado de personas que le aclamaban, pudo percatarse de que en lo más alto de las mismas y casi sin sitio para asentar sus pequeñas piernas, se encontraba un chiquillo de unos siete años de edad, con las ropas harapientas, unas botas que tan sólo su nombre les hacía honor, y una gorra que ya tapaba de forma incompleta su cabeza.
Por cuatro monedas...–¡Señor, señor, deme una moneda y yo le daré suerte!- Aquella vocecilla frenó sus pasos y sus palabras se colaron en los oídos como flechas incandescentes de hierro fundido. Pensó, yo no necesito suerte, la vida me sonríe…Pero era tal el cariño que desprendía que le dio cuatro monedas, las únicas que llevaba en su abrigo.
-Muchas gracias, señor, hoy tendrá mucha suerte- Y se condujo al interior de la Ópera para realizar uno de sus grandes conciertos. A la salida, tras cosechar un nuevo éxito, y con su preciado violín guardado celosamente en la maleta de cuero que portaba en su mano izquierda se dispuso a bajar de nuevo aquellas escaleras. Pero el tumulto era tal que no podía ver con claridad cada peldaño y, de forma inesperada, equivocó uno de sus pasos y se precipitó violentamente contra el suelo soltando, para poder acomodar el cuerpo con las manos, la maleta en la que guardaba su violín. Ésta quedó tirada en medio de la carretera y desde el suelo, tendido, presagiaba la tragedia. Pero de repente un pequeño cuerpo, coronado con una gorra medio a desvanecer, tomó la maleta y dedicándole una sonrisa de complicidad le transmitió que la suerte había estado de su lado pues él portaba el violín que tanto quería. De repente, una luz iluminó la cara del niño, se escuchó a continuación un frenazo brusco y al pequeño tan sólo le dio tiempo a tratar de saltar para dejar sobre la acera la maleta de su amigo. Acto seguido fue, desgraciadamente, atropellado y su diminuto cuerpo se quedó ausente de vida para siempre…
Desde entonces, entendió que aquel niño se reencarnó en su violín, que el éxito en la vida no radica en la fama sino en la bondad de cada uno de tus actos, y que no hay mayor fortuna que la de sentirse querido a cambio de nada.
-Mi casa es la calle, él me enseñó que la felicidad no va vestida de oro, y que cada palabra vale más si antes de crearla pasa por el corazón. Mi familia es la gente que me habla, las miradas que me llaman, las sonrisas que me abrazan en cada banco al que voy. Ambos, juntos, jugamos a vivir juntos, buscando cada día la suerte, si acaso por cuatro monedas. Las mismas que hoy vinieron para regalarme en la noche un techo…-
Y dichas estas palabras, me acarició la mejilla con la mano y se marchó por donde había venido. En ocasiones nos sentimos tan pequeños que buscamos en la razón la grandeza de los actos ajenos, sin llegar a percatarnos que la verdadera fortaleza de nuestro yo está en nuestro interior…

Por cuatro monedas...

En la noche que me envuelve,
negra, como un pozo insondable,
doy gracias al Dios que fuere
por mi alma inconquistable.
En las garras de las circunstancias
no he gemido, ni llorado.
Ante las puñaladas del azar,
si bien he sangrado, jamás me he postrado.
Más allá de este lugar de ira y llantos
acecha la oscuridad con su horror.
No obstante, la amenaza de los años me halla,
y me hallará, sin temor.
Ya no importa cuan recto haya sido el camino,
ni cuantos castigos lleve

Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma.

NELSON MANDELA

Agradecimientos a forosperu,net por la fotografía del niño.

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Obra registrada a nombre de Justino Hernández en SafeCreative.

 
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