Emocionalia

La vida que viví: Un regalo…

La vida que viví: Un regalo…

La decisión sería, sin duda alguna, muy dura. Abandonar el paraíso de la deidad, con todos los placeres de la volatilidad, lo etéreo, la ausencia de dolor, la carencia de disyuntivas absurdas y corpóreas o la asunción de roles humanos que rara vez conducen a destinos coherentes…Pero aquellas almas gemelas necesitaban conocer la esencia del Amor, el poder de éste y la capacidad de reencontrarles desde el anonimato, la ignorancia o la amnesia profunda que produce la encarnación en ser mortal y finito. Otros ángeles les habían hablado de lo maravilloso que es superar el sufrimiento, la tristeza, la soledad o el dolor humano de la mano del Amor verdadero, y que tan sólo por eso, merecía la pena arriesgarse y morir para nacer de nuevo asumiendo la incertidumbre que supone vivir…

Dejando tras de sí un inmenso halo de luz inigualable sintieron un vacío enorme en la profundidad de su nada y acto seguido todo se volvió oscuridad, silencio, miedo y presión desmedida. Al fondo, una luz, la necesidad de buscarla y un vago sentimiento de gritar, circunstancia ésta totalmente nueva para ambos. En aquel momento llegaron a la vida y se olvidaron para siempre el uno del otro, acababan de terminar sus vidas eternas.

Crecieron distantes y distintos, lejos de sí y diferentes en el concepto de vida. Arrullados en ocasiones y fortalecidos en el llanto cuando les era necesario, no en vano, todos conocemos que la niñez no es más que un leve entrenamiento de lo que será la vida adulta. Bregar con dificultades, afrontar situaciones poco afortunadas, lidiar con los sentimientos más ásperos o asumir la finitud de aquellas personas que amamos es una realidad que todos, todos hemos de transitar. Tanto él como ella fueron creciendo no exentos de contrariedades hasta convertirse en seres adultos con los bolsillos de la melancolía y la nostalgia llenos de recuerdos, los mismos que, después, algún día, nos pasarán factura, para que hagamos comparativa entre lo que tuvimos, ganamos o perdimos.

Un día, mientras ella leía un libro sentada a la sombra de un de los árboles del jardín de la facultad de medicina, él, absorto también en su lectura y mientras caminaba, se tropezó con el pie de ella interrumpiéndose mutuamente la lectura y provocando la solicitud al unísono de una disculpa que les pareció algo más que la necesidad de ser perdonado. Por un momento, en el cruce de sus miradas se produjo la catarsis que baña el corazón de los desconocidos que topan de bruces con aquello que llaman flechazo, pero en su caso iba más allá pues una extraña sensación de “déjà vu” les recorrió cada conexión neuronal, cada centímetro de su cuerpo, cada recuerdo existente para hallar respuesta a tan curiosa sensación original.

Una conversación posterior, larga, pausada, entrecortada por risas, sonrisas y miradas sencillamente inexplicables, hicieron que la magia de aquello que los humanos llamamos Amor fecundara en ellos la maravillosa emoción de sentirse unidos.

Para no pronunciarse y parecer imbuidos por una locura ajena jamás llegaron a declararse en estado de duda, sorpresa o inquietud por la presencia que el uno provocaba en el otro, pues sin saber por qué razón sentían la imperiosa necesidad de manifestar que era como si hubieran vivido en otra vida juntos ya que la simbiosis era tan completa que compartían pensamientos, emociones y ganas profundas de amar sin medida. Claro estaba, querían llegar a vivir juntos toda la vida…

La misma que un día les concedió la extraordinaria y maravillosa opción de ser padres, de ser el timón y la guía de otra nueva vida, una responsabilidad que va más allá de la manutención de enseres, placeres o cuestiones espirituales. Ambos entendieron que desde ese mismo momento se debían por entero a aquel nuevo ser.

Aunque el tiempo pasaba, la vida les iba cobrando en años y las negociaciones con las interrupciones que supone la estupidez o la necedad humana con lo superfluo les iban deteriorando cada vez más aquella emoción que surgió una vez bajo un árbol. La distancia en la cama cada vez se sentía tal que lanzar un abrazo era poco más que pretender unir continentes con los cordones de un zapato.

El Amor les había llamado la atención varias veces solicitando la premura en resolver tamaña herida y las consecuencias de tantas cicatrices, pero la lluvia, el viento y los vaivenes mundanos del ser humano no les permitieron ver el mar de dudas que generaría en el futuro la falta de caricias, comprensión y respeto mutuo.

Ángeles, desde otra dimensión, les bañaban casi a diario con sus lágrimas pretendiendo hacerles emerger de tan profundo error, alentándoles desde los sueños a comprender el origen de su Amor y el por qué de su existencia como pareja. Pero ellos también sabían que todo ser humano está condenado a aprender sufriendo, a valorar desde el dolor, a caminar sobre las heridas que sus propios actos dibujan sobre su piel y no podían más que ser meros espectadores del proceso que aquellas almas gemelas habían decidido vivir.

Les abrazó la soledad, la indiferencia y la necesidad de ausentarse, de vivirse lejos, de sentirse sin ser lo que eran y el tiempo les fue ofreciendo la posibilidad de reconocerse vivos, humanos, sencillamente, mortales…

Un día, mientras ella caminaba por la orilla de un río, en uno de esos atardeceres que alimentan el alma con la quietud y la serenidad propios del otoño, cruzó por su mente una extraña sensación, sintió que alguien seguía sus pasos. Se volvió de inmediato y comprobó que nadie estaba tras ella…

Aquella noche, cuando cerró los ojos y se giró hacia su izquierda, notó un suave y leve viento, parecido al aliento de una persona mientras duerme. Rápidamente abrió los ojos, encendió la lámpara de la mesilla y comprobó que tan sólo había sido un sueño…

Él estaba obsesionado con verla a todas horas, siempre inalcanzable, pues cuando iba a tocar su hombro para hablarle, ésta, se desvanecía entre la gente y volvía a casa con la necesidad de reencontrarse con ella en sueños y decirle cuanto la amaba, pero justo cuando daba sus primeras bocanadas de sueño profundo, una luz fuerte le despertaba e interrumpía su empresa…Era como una pesadilla en bucle de la que no era capaz de salir.

En ocasiones, el mundo se para, deja de existir, los colores se vuelven opacos, los ruidos enmudecen y hasta el silencio se vuelve, dramáticamente, ensordecedor. La vida de los humanos es mucho más sencilla de lo que parece pero tienen la tendencia imperdonable a hacerla compleja, dolorosa e, irremediablemente, inútil. Por todo ello, desde las alturas, se decidió que aquellas almas gemelas habían desperdiciado la posibilidad de ser felices y, con ello, se tomó la decisión de arrebatarles para siempre el sentimiento de Amor que se les había concedido de manera fortuita y trivial a la sombra de aquel árbol. A la mañana siguiente se convertirían en dos desconocidos, incapaces ya de recordar sus orígenes, de recobrar sus vidas y de reconocerse como amantes y almas gemelas…

Faltando pocos minutos para acabar el día, ambos habían sentido la extraña necesidad de caminar sin rumbo fijo, como en aquellas ocasiones en que andar se vuelve un sinsentido que nos solicita el cuerpo antes de dormir. Ambos dieron a parar en el término de un camino que bordea el río y cuando se tuvieron delante no encontraron las palabras oportunas para resolver aquella situación. Fue como si la vida les concediera la oportunidad de separarse de su pasado, de reconocerse por última vez como amantes y hacerles conscientes de lo maravilloso que había sido tenerles como almas gemelas.

Cuando tan sólo quedaban un par de minutos para las doce de la noche, él sintió que debía tomarle la mano a ella para solicitarle disculpas, pero no por todo lo ocurrido en la Tierra, como seres mortales, sino por convencerla en algún lugar de que abandonar su condición de seres etéreos era la mejor de las ideas. Sin mediar palabra, ella le miró a los ojos, con la mirada que tienen los ángeles y, arqueando levemente la comisura de los labios, le devolvió el perdón solicitado y selló para siempre el dolor que guardaba bajo su pecho. En aquel momento, un deseo irrefrenable les arrojó a un abrazo sincero, sin egoísmos humanos, carente de rencor y pleno de vida…

Algunas personas cercanas al lugar cuentan que vieron brillar una luz muy fuerte entre los árboles, como si de una bengala se tratara. Se elevó rápidamente hacia el cielo y de desvaneció entre las nubes de aquella noche.

El Amor les rescató para siempre y les concedió la virtud de sellar con sus propias vidas humanas una existencia eterna y limpia, una unión feliz y transparente, una vida juntos en la eternidad. Lo cierto es que no les debería costar tanto, pero, en ocasiones, los humanos, no aciertan a valorar la grandeza del Amor hasta que no se les aleja de sí…

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Obra registrada a nombre de Justino Hernández en SafeCreative

 
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