Emocionalia

El bosque que hablaba silbando.

El bosque que hablaba silbando

Se fue a caminar por fuera de sí y sus pasos le llevaron a recorrer los senderos del hayedo de Otzarreta, paraíso de Vizcaya donde descansan los dioses. El invierno y las lluvias finas e incesantes hicieron el resto.

En ocasiones la vida cierra su telón y tan sólo deja una rendija entre telas para permitir el paso de luz y valorar, por esa oportunidad, cómo continuar el camino. A lo peor, nos quedamos entre bambalinas y avanzar se convierte en un entreacto sin guion y sin apuntador.

Los pasos de Argi por el monte eran honestos y firmes pero su corazón iba a rebufo de los vestigios de un pasado que, de la mano del amor, conseguían que se mantuviera lejos de la realidad por temor a lastimar o envejecer lleno de cicatrices sin sentido.

Se sentó en un tronco tumbado, de esos que mueren para vivir en el suelo, donde crecen las buenas hierbas para recordarle que aún tiene vida y, contemplando el brillo de un bullicioso arroyo que serpenteaba a través de los árboles ladera abajo, se quedó dormido durante unos minutos. En el mejor momento del sueño se sobresaltó porque escuchó tenues silbidos y pisadas cercanas, así que consideró que no pertenecían a ningún animal. Se incorporó, aún sentado, y miró a su alrededor. La niebla se había levantado y, quizá, la sensación de humedad y frío también.

No le dio importancia y tomando una piedra la arrojó al arroyo para cerrar aquella percepción. Pero al contacto de ésta con el agua de nuevo escuchó esos pasos y, en esta ocasión, casi a su vera.  Levantó la cabeza y frente a él, al otro lado del arroyo, apoyado en un precioso roble pudo ver a un ser que le dejó sin aliento.

Cubierto de pelos y con morfología humana, con un tamaño considerable, manos enormes y unos pies inquietantemente extraños. Uno de ellos similar al de cualquier hombre pero el otro con forma circular que bien pudiera parecer una pezuña.

Argi no supo qué decir pero sintió que por alguna extraña razón no debía moverse ni salir corriendo pues no tenía nada que temer. Los ojos de este ser era negros, como la espalda de un escarabajo, serenos y llenos de calma. No pudo apartarle la mirada mientras se acercaba despacio para terminar sentándose frente a Argi al otro lado del arroyo.

  • Sólo he venido al bosque a caminar, no llevo nada de valor ni tengo qué darte Le dijo con la voz aún entrecortada.

Aquel ser asintió con su cabeza mientras cerró los ojos como señal de haber entendido el mensaje y como respuesta ante la duda de Argi. Él no pretendía hacerle daño.

Argi volvió a insistir y le preguntó – ¿Qué necesitas, puedo ayudarte? – Las manos le temblaban y se dejó caer el palo que en su mano izquierda había hecho de bastón durante el paseo.

Mirándole a los ojos, el extraño ser le respondió – ¿Quién necesita, tu o yo?, ¿Quién vino al bosque a buscar, tu o yo?…Yo vivo aquí y no preciso nada de otro lugar. La naturaleza suele ofrecer paz y respuestas, por eso tus pasos hasta este lugar… –

Argi sintió como aumentaban los latidos de su corazón por hallar tanta certeza en las palabras de aquel ser y no salía de su asombro. La intención de caminar escondía la búsqueda de respuestas, de paz, de serenidad ante las dudas que le planteaba la vida en aquel momento. Creyó encontrar en el silencio del bosque su solución. Pero entendió que aquél ser no estaba allí por casualidad.

  • El bosque siempre me pareció un lugar donde la soledad me abraza y las respuestas caen de los árboles, sin solicitarlas, tan sólo caminando y contando mis pasos. Mi corazón me trae hasta aquí porque es el único lugar donde se reúne con la razón. A la vuelta siento que soy un hombre nuevo…pero hoy es diferente. – Le dijo a aquel ser sin saber por qué extraña razón estaba confiándole toda su intimidad.

El ser, que le había estado escuchando atentamente, soltó una expiración tan profunda como prolongada mientras estrechaba una mano con la otra como si de ese gesto fuera a surgir la solución a los problemas de Argi. Volvió a levantar la mirada y le preguntó de nuevo – ¿Te quieres o tan sólo eres capaz de querer a los demás? –  Terminando de decir estas palabras colocó una mano sobre la otra esperando la respuesta.

  • Supongo que si, pero me cuesta mucho afrontar un adiós cuando aún siento que amo a alguien. No me resulta fácil y el dolor se agolpa en mi costado como si fuera un zurrón lleno de piedras… – Espetó Argi con la voz que tienen los niños a la puerta de la escuela mientras se despiden de sus padres.

Aquel ser, de nuevo atento a la respuesta comenzó a emitir un pequeño silbido mientras metía su mano derecha en el frío agua del arroyo para llevarla de un lado a otro como si jugara con ella. Acto seguido la sacó del arroyo y le hizo un gesto a Argi para que la tomara con la suya. Estaba muy mojada y Argi accedió a tomarla.

Después, el ser se llevó la mano mojada a la cara e hizo un gesto que imitaba al lavado de ésta, instando a Argi a que repitiera su gesto y limpiara con el agua fría su cara. El muchacho lo hizo y sintió que aquél agua estaba limpiando algo más que su piel.

  • Aunque te agradezco esta bonita sensación que me ofreces con el agua del arroyo, necesito conocer y saber la forma en que han de ir mis pasos para crecer y seguir adelante sin sufrir ni hacer daño a nadie – Volvió a insistirle al ser.

El peludo y fabuloso ser se llevó la mano derecha al mentón mientras bajaba la cabeza y a los pocos segundos lo volvió a mirar fijamente pero, esta vez, mostrando una leve sonrisa en la comisura de su boca. – Te contaré algo que te ayudará y, tal vez, no solucione tu vida pero te hará pensar – A lo que el muchacho respondió con silencio y una atenta espera.

  • Cuando un árbol muere sólo lo hace para los ojos de aquellos que creyeron que la vida estaba tan sólo en sus hojas y no en las raíces, en la sombra que dio a otros o en el cobijo que ofreció a los pájaros en la noche. Cuando alguien vivió y soñó contigo, y se marcha, lo hace con pedazos de ti y al contrario, jamás lo hace solo. Hasta las más bellas flores han de morir y ser pisoteadas para poder esparcir sus semillas y volver de nuevo a la vida.

Si conocieras los miles de nidos que fueron construidos con ramas y amor, con deseos de vuelo eterno y cayeron al suelo con el invierno o se los llevó el viento lejos sin preguntar ni alzar la voz. Si comprendieras que la vida es un ciclo, que en otoño no muere nada sino que comienza todo cuando nada es lo mejor que hay.

Al Amor se viene descalzo y sin guantes, se entregan las llaves, los sueños y las botas que te protegían antes.

El cielo y los sueños son sólo eso, elucubraciones que en ocasiones se tornan en llanto pero jamás acaban, si acaso, toman colores diferentes, en otros ojos,  otros corazones o al calor que le ofrezcan nuevos brazos.

El dolor y la tragedia se dan la mano en el bosque con la vida y con su luz, marchan antiguos paseantes y vienen otros a colmar con el asombro todas sus ansias de saber.

Podrán cortar ramas mil veces, abortar el curso fresco de los arroyos con troncos sin vida y tristes, más el agua retomará su curso por nuevas encrucijadas cultivando prados verdes.

Y tú volverás a quererte, a querer y a querer ser el que siempre fuiste. Porque el Amor nunca viene, jamás desiste, cuando naciste nació contigo para darle, como el arroyo, por allí por donde decidió pasar, todo lo bueno que tuviste.

El bosque no tiene respuestas, tiene paz, tiene silencio, tiene las formas que necesitas para entender el tiempo. Ese que pasa y no vuelve, que gastas sin coste alguno y jamás recuperarás. Aquél que siempre creíste eterno, joven y de la mano de tu voluntad.

El bosque no puede ayudarte, ni lo harán las personas ni yo tampoco. Viniste al bosque a perderte y si miras al arroyo encontrarás la forma de volver para siempre. Volverás acompañado de alguien diferente, con cicatrices y con recelo, con toda la serenidad que da reconocer y conocerse de nuevo.

Si vuelves a transitarme en otro tiempo, vestido con otros miedos…silba profundo y soñando, al momento en que termine tu aliento mis pasos te estarán esperando. En realidad yo seré tú y tú vendrás a buscarte. Encontrarás nuevos aires, brisa fresca. Encontrarás la manera de volver con alguien diferente al que eras antes… –

 

Argi sintió un fuerte dolor de cabeza y acto seguido abrió los ojos, se había quedado dormido junto al arroyo. Miró a su alrededor y no vio a nadie. Se incorporó y, aún con la mano mojada, dudaba si lo que había vivido era cierto o fruto de su imaginación. Supuso finalmente que exhausto por el caminar había decidido beber agua antes de caer dormido y de ahí el estar mojada…

Volvió a casa y nunca lo comentó con nadie por temor a que lo tomaran por loco. Jamás olvidó las palabras de aquel ser pues, a decir verdad, vivir es caer y levantarse mil veces igual que mueren y vuelven a la vida todas las plantas del bosque.

Cuentan los viejos que el bosque guarda secretos, historias que todos conocen, ruidos extraños que gobiernan las noches. Cuentan que el País Vasco tiene un ser que custodia los bosques, los mima, los protege y da consejos a todos cuantos requieren. Baxajaun lo bautizaron algunos, lo de menos es el nombre. Silba profundo y soñando cuando te sientas muy triste, tal vez no haya bosque ni arroyo pero puedas volver a encontrarte.

El Amor no es el problema, el Amor es el duende del bosque que te dará la vida eterna…

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Obra registrada a nombre de Justino Hernández en SafeCreative

 

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