Emocionalia

El valor de unas gotas de sangre… Como tantas veces, la realidad supera a la ficción y nos hace bajar a probar la luz que hay en el sótano de los sentimientos más amargos. Se hace necesario, pienso, advertir que todos los corazones laten por el amor universal que nos crea, y todos deberíamos desarrollar la capacidad de discriminar cuando hay personas que tienen los suyos al borde de la quiebra. Reflexionar es siempre un comienzo. Disfruta de la lectura, imagina y valora… El valor de unas gotas de sangre…Hace rato que me desperté, y sin poder conciliar el sueño más de tres o cuatro horas a lo sumo, me vestí como cada madrugada para poder recoger algunos cartones. De esos que dejan las grandes tiendas de ropa sobre las aceras, y yo, tratando por todos los medios de adelantarme al camión que realiza su recogida, me apresuro cuanto puedo y se los arrebato, porque robar me parece un término que se ajusta poco a la intención que me mueve. Después los llevo a la vieja fábrica de reciclado que hay a las afueras y me dan por ello parte de lo que necesitamos para superar una jornada más. A la vuelta, en casa, y antes de que se despierte Javier, vuelvo a ponerme el pijama, desbarato con intención el peinado que me hice antes de salir y me dirijo, simulando un sueño que precisa de poca emulación, a su habitación para animarle a levantarse. Hoy será un gran día, es su día de graduación en la etapa de Educación Infantil. Sin darnos cuenta se nos ha hecho un hombrecito y los años son el testigo más evidente de que la vida funciona cual cuenta atrás que siempre suma y a la vez sólo resta vida. Su madre, Lourdes, mi esposa, se levanta minutos más tarde que él pues cae rendida cada noche cuando los ojos deciden tirar la toalla y no toleran ensartar el metal puntiagudo una vez más bajo el viejo flexo. Los tiempos han cambiado y nadie estima en su justa medida el vaivén de todas las puntadas que hay que dar para merecer unas monedas a cambio. Por eso, y aunque parezca empresa menor, daría mi vida porque levantara para siempre la mirada y no tuviera que humillarse más nunca ante la necesidad que nos acompaña en estos últimos tiempos. Tiene las manos cosidas a pinchazos, intentos fallidos provocados por la ausencia de vista que regala el cansancio y la presencia de lágrimas que, reconociendo el infortunio, se escapan de paseo de vez en cuando y sin avisar. Cada mañana la abrazo y compartimos un suspiro que nos transporta mecidos hasta el siguiente, y éste, a su vez, nos concede la posibilidad de abrigarnos con una sonrisa que, con intención y mucha diplomacia, nos ayuda a comenzar un día más mientras disfrazamos de bondad toda la tristeza frente a los ojos de nuestro rey graduando…Alternamos el hambre cada mañana y ayunamos cuando el calendario nos aconseja hacerlo pues hace meses que decidimos prescindir de hacerlo juntos ya que no nos llega. Por eso, Lourdes y yo, nos hemos convertido en hábiles prestidigitadores de la mentira piadosa y argumentamos sabios motivos para que Javier asuma, sin llegar a descubrir subterfugios varios, a los que cada día le sometemos, que no todos los días precisamos ingerir comida. Él merece cada aporte de energía, cada gramo de leche, cada ápice de esfuerzo porque su inanición sería morir perdiendo la vida. Por eso, celebro cada trago que realiza sentado en la silla de la cocina mientras desayuna y su madre le atusa el pelo compartiendo el orgullo y la pena conmigo. Hasta ahora nos ha sido posible fingir y moderar las miserias amortiguándolas con todo tipo de engaños pero cada día es un obstáculo sin salida, una orilla que se aleja sin posibilidad de llegar a nado, un estrecho callejón que nos aprieta y consume sin concedernos tregua a cambio. Me despido de ambos en la puerta del portal y, tomando caminos opuestos, les veo perderse entre la gente camino del colegio. Veo sonreír a Javier al encuentro con otros chicos de su misma clase y deseo con todas mis fuerzas que nuestra situación mejore, pues me siento ínfimo y anodino, además de culpable, cuando pienso que mi hijo verá la felicidad sólo en los ojos de los otros y que mi legado no será otro que la tristeza que le cubra de indiferencia de una sociedad que camina por inercia sin reparar en daños menores. Limpio mis ojos y me pongo la armadura de guerra, estoy dispuesto a la batalla y comienzo, de nuevo, el día. El valor de unas gotas de sangre…A la vista de otros seres humanos soy poco menos que un número decimal sin enteros que dividir, un hombre errante y peregrino hacia su propia perdición pues nadie me ofrece la posibilidad de demostrar mis ganas por ofrecer lo mejor de mí. Cada entrevista, cada visita solicitando ser empleado se convierte en una conversación mezcla de tensión, desidia, resignación y rabia contenida, en muchos casos por ambas partes he de decir, para terminar con un apretón de manos que parodia el intento de salvamento de cualquier desgraciado que, coqueteando con el abismo, finalmente es dejado caer sin remedio. Y disfrazando mi aflicción con una sonrisa de medio lado abandono el intento para probar en otro lugar. Las personas caminan cual autómatas por la calle, los coches fluyen rápidos y nadie, nadie repara en el mal que me acontece, aquel que me está consumiendo la vida a base de minutos perdidos, de promesas incumplidas y un sin fin de sentimientos que me ahogan a cada pisada sobre los adoquines de la calle. Paso frente a los escaparates con juguetes para niños y noto como mi corazón se hace pequeño y busca ocultarse, tal vez, preso de la ignominia que nos supone nadar en la impotencia de no poder alcanzar sueños tan frágiles. Todos los niños tendrán como premio algún detalle de sus padres y, Javier, también se tendrá que conformar hoy con alguna excusa envuelta en papel de embuste. Pero creo que no lo permitiré. Le dije a Lourdes que no me esperaran, bendito invento la mentira una vez más, para comer, pues estaría buscándome la vida hasta que fuera la hora de ir al colegio de Javier para verle recoger su primer diploma de graduado. Arrastrado por una fuerza sobrenatural, me conduje hasta el centro de salud de la calle mayor y solicité la posibilidad de donar sangre al mismo tiempo que insté a la señorita amable que me atendió para que me dijera cuánto dinero daban a cambio por la entrega de mi líquido. Me comentó que, siendo mi edad la que era, me entregarían un bocadillo, con una lata de refresco, 12€ y el documento que constataba mi acto. Me tumbé sobre la camilla y juro que, mientras mi vista recorría el techo de la habitación de punta a punta, pude notar cómo mi sangre me abandonaba poco a poco como si me estuvieran quitando la dignidad hilo a hilo. Y lo único que pensaba era en conseguir el juguete que había tras el cristal de la tienda. Mi hijo sería igual que los demás, y su padre le llevaría algo para recordar en tan importante día. Al término del proceso me sentía desvanecer y una de las enfermeras procedió a darme lo convenido al tiempo que me animaba, cuanto antes, a comerme el bocadillo para reponer las fuerzas perdidas. No obstante, bocadillo y refrescos metidos en una bolsa, pensé que lo mejor que podría hacer con ellos sería compartirlos, a fin de cuentas, sería nuestra cena de celebración. Me pasé, antes de llegar al colegio, por una de las fuentes del parque cercano y mojé mi cabeza como si una previa y placentera ducha los hubiera dejado así y fuera el motivo de mi posible retraso. Al llegar al patio del colegio vi a Lourdes mirando a través de unos ventanales para comprobar mi llegada. Cuidaba dos sillas en las primeras filas de las sillas que estaban colocadas frente a los niños que, subidos en el escenario montado para la ocasión, no paraban de mover las manos en señal de reconocimiento y saludo a los suyos. Allí parada, con la mirada perdida en los ojos de nuestro hijo parecía un ángel custodio dispuesto a morir a sus pies. Su sonrisa guardaba ternura y amor, mucho amor, todo el amor del mundo por su pequeño. Ella es la responsable de que sigamos en pie, peleando contra la adversidad, devorándonos la vida a mordiscos. Al llegar a su altura, le pasé la mano por el hombro y giró su cabeza. Me miró y debió ver que la sombra de mis ojos no era fruto del maquillaje. Bajó la mirada y me vio la bolsa de plástico blanco con el bocadillo y la lata, me apretó la mano fuertemente mientras sus ojos temblaban y se volvían gelatinosos. No hacían falta pronunciar ninguna palabra, estaba todo dicho y estábamos de acuerdo. Al nombrar a nuestro pequeño Javier su sonrisa nos abrió el pecho como se desgarra un pedazo de carne ante la presencia del mayor de los cuchillos, las penas volaron de nuestro interior y nuestras manos se apretaron más fuerte aún…estábamos allí con, por y para nuestro hijo. Aplaudimos con todas nuestras fuerzas y nos regaló un beso que, tirado al aire, recogimos como bendición que cae del cielo buscando eliminar todos los sufrimientos. Terminado el acto, todos los niños estaban siendo agasajados por los padres con regalos y besos por doquier, y nosotros, que quedamos fortuitamente relegados en un rincón del patio le entregamos a nuestro hijo su modesto presente. Fue como si el tiempo se parase, como si las demás personas hubieran sido abducidas y prácticamente se hubieran esfumado pues nos sentimos maravillosamente solos y unidos. Entonces se produjo la magia… -Aquí tienes Javier, este es tu regalo de graduación… ¡Ábrelo! Además, fíjate, esta noche cenarás un fabuloso bocata de chorizo con un refresco para ti sólo. Esta noche es muy especial y estamos muy contentos de celebrarlo contigo.- Le dije a Javier mientras, como si hubiera sido poseído por un ente de mayor edad, me miraba a los ojos con otros que hacía tiempo que conocían mi situación. -Papá, mamá…muchas gracias por el regalo pero no lo necesito, os tengo a vosotros. Ya estoy cansado de desayunar sólo fingiendo no enterarme de nada. Los dedos de mamá me hacen daño mientras me acarician la cara porque las heridas de sus manos me cuentan lo que está sufriendo. Y , papá, cada vez que te levantas por las noches me despiertas sin querer y cuando vuelves, hacerme el dormido, me cuesta cada vez más. Somos una familia muy bonita y pronto mejorará nuestra situación…No os preocupéis.- Terminando estas palabras nos abrazó a ambos y rompimos a llorar sin que nadie a nuestro alrededor se percatara de que el mundo se estaba quebrando en una esquina del patio. Donde tres almas con pocos recursos se sentían los seres más afortunados sobre la faz de la Tierra pues, aun no teniendo nada, se tenía cada uno a los otros. Lo tenían todo…

 

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