Emocionalia

Volver a empezar…

Volver a empezar

Volver a empezar...…Había pasado días algo nervioso.  Las manos más resbaladizas que de costumbre. Las horas de sueño mermadas y la vigilia manifiestamente reducible. Cada día parecía la cuenta atrás de un destino que poco a poco se iba materializando en realidad tangible. Mirando tras los cristales el tiempo parecía congelarse y su cerebro inventariaba recuerdos para almacenar, colocaditos, dispuestos en orden, en el mejor lugar de su cabeza para poder ser utilizados a modo de bálsamo allí donde fuera menester. Saboreando lentamente las últimas tazas de café hechas por madre, el olor de los abrazos de padre antes de marchar a la fábrica de botellas, donde el tintineo de las mismas amortiguaría los pensamientos y se volverían más laxos y no tan recurrentes en la pena. En ocasiones sentía el deseo forzoso de mirar a la calle, para ver corretear a los pequeños sorteando los carros y sus bestias, gozando mientras las lisonjas que recibían sus madres les ayudaban para conseguir sus caramelos, en definitiva, para aferrar sus pupilas al recuerdo de su calle, de su niñez, de su vida.

Llegado el momento, Manuel fue despedido como cada día por el abrazo seco, fuerte pero cargado de mucho amor, de su padre. Entonces, emulando cada jornada, su destino fue la fábrica, al menos, físicamente, porque su corazón y su mente irían con Manuel allí donde fuera él. Mantuvieron sus cuerpos abrazados con más intensidad que de costumbre. La mano derecha de padre mesaba los cabellos de la nuca de Manuel apreciando por última vez el tacto del hijo que se extinguiría horas más tarde con destino incierto. Manuel archivaba el olor de padre por última vez y, entre palmada y palmada en la espalda, balbuceaba palabras ininteligibles con pretensión de igualar el cariño recibido de éste. Pocos segundos después, padre se caló la gorra hasta dejar entrever sus ojos acristalados y con un “cuídate muchacho” abrió la puerta y Volver a empezar...marchó hasta doblar la esquina, la misma que le puso fecha de caducidad al recuerdo que Manuel tendría de él. Acto seguido, madre lo acompañó hasta la estación de tren. Su paso era lento y con falta de decisión. Temeroso y necesitado de empuje, no en vano se dejaba llevar por la inercia de una sentencia de vida que no compartiría jamás. Ella cubría su cabeza con un pañuelo que años atrás recibió como regalo para mantenerse caliente en invierno y recoger, según ella, el pelo como era debido. Sus manos, atesoraban muescas de la vida de lavandera y, a duras penas, podían esconder la tensión y tristeza que venían soportando desde hacía semanas ya. Las frotaba una y otra vez en círculos sin fin, pareciendo amasar el deseo de no vivir aquella situación, tratando de manifestar una normalidad que, sin duda, no consiguió. Llegado el momento de subirse al tren, Manuel tenía serios problemas para permitir el tránsito de aire por su garganta pues por ella, salvo la saliva y con extrema dificultad, no podía pasar mucho más. Su cerebro solicitaba entereza y cordura, pero su corazón golpeaba con asaltos de tristeza que desbordaban sin posibilidad de contención las lágrimas que se escapaban mientras miraba a madre fijamente sin poder pronunciar palabra alguna. Ésta le devolvió una tímida sonrisa con un gesto lateral de cabeza que tradujo, sin vocalizar nada, la necesidad de hacer lo que tenían que hacer…A sabiendas de que los enseres de la casa no eran sobrantes y que la escasez reinaba en casa por entonces, madre le había preparado un cestillo de mimbre teñido en años con un pedazo de queso fresco hecho con sus manos, media hogaza de pan y poco más de un cuartillo de leche para beber por el camino. No había mucho más que ofrecer. Este gesto le sumió, aún más, en la congoja de saberse lejos de ellos para siempre. De forma repentina y sin avisar, madre se quitó el pañuelo de la cabeza y lo colocó alrededor de su cuelo, – Así no pasarás frío alguno, hijo mío….- Manuel sintió que si de su propia vida hubiera de desprenderse para salvar la de su hijo, aquella madre lo haría. Entendió para siempre el valor del amor de su madre.Volver a empezar... Subió las escaleras del tren casi de espaldas para no darle la suya a aquella mujer, intentando con ello que la despedida se hiciera menos dura. Segundos después la puerta del tren ponía punto y final a la misma. Pegando su mano derecha al cristal de la ventanilla como si quisiera alcanzar la cara de madre por última vez, el tren se fue alejando y con ello fue reduciendo y difuminando la silueta de aquella mujer hasta hacerla imperceptible. El dibujo de casas y árboles del pueblo se apagaron a lo lejos y, abrazados al adiós, dieron fe de aquella despedida. Otra despedida más.

Los años de posguerra hicieron germinar la semilla de la emigración y Manuel fue un número más de aquella invitación forzosa. La década de los sesenta queda tan lejana que los coetáneos de la Europa de la cohesión y la moneda única apenas la recuerdan salvo cuando indagan en libros polvorientos de historia.

Casi cincuenta años después Manuel, afincado en Suiza, ha disfrutado su  nueva vida con una familia que le hizo el camino agradable, no exento de sacrificios, pero, sin duda alguna, pleno de felicidad y momentos memorables. Una mujer  maravillosa que le dio tres hijos estupendos a los que ve de vez en cuando y cuyos oídos escucharon muchas veces hablar de la patria de papá pero jamás la visitaron. Recordar suele ser evento de  introspección y nostalgia, pero hacerlo desde el exilio conlleva ablandar viejas heridas y lamer las mismas con la tribulación del que se sabe preso del torrente de la vida y la fuerza unidireccional de éste. Ya nada volvió a ser como era. No obstante, muy de vez en cuando, cuando la salud se lo permite, para ver a los últimos que en España  le recuerdan, se permite el objetivo de viajar hasta su tierra natal y, como dice: –despedirme por última vez de mi sangre-.

En esta ocasión y tras haber disfrutado casi tres semanas de los amigos aún vivos, de algún primo y de la única hermana que tenía. Se despidió de ellos, como siempre, con una sonrisa y el dibujo de la silueta de madre que, desde el otro lado, se hace presente en el recuerdo como si fuera aquel día.

Volver a empezar...Ya en el aeropuerto Adolfo Suárez- Barajas de Madrid, en la antesala del control de seguridad y mientras tomaba asiento para hacer más liviano el cansancio de sus piernas, Manuel, un abuelo que pasa desapercibido, fue testigo de algo que le invitó a reconocer que, tal vez, después de tanto tiempo las cosas no han cambiado tanto. En la frontera que separa a los viajeros de los que despiden, se abrazaban de manera indefinida tres personas, un muchacho de unos veinte años de edad y sus padres. Su madre le peinaba repetidas veces con ambas manos el pelo adecentando el caos que habían provocado los abrazos, y su padre, apoyando ambas manos sobre los hombros del muchacho, trataba de estrecharlo transmitiéndole todo el cariño que podía. La veda de las lágrimas se había abierto hacía rato y no existía el menor de los miedos a ser vistos o a sentir pudor por ello. Un pañuelo de papel con demasiado trabajo servía para abortar los surcos de las lágrimas y apagaba la necesidad de seguir llorando. Como un manotazo en el alma de Manuel, el recuerdo de tiempos pasados propició que, como si de un sueño se tratara, viera en aquel mismo instante a madre y padre de nuevo en el andén de su pueblo, abrazados al muchacho que fue, comenzando de nuevo el viaje.

La imagen se desvaneció con la misma celeridad con la que los aeropuertos engullen gentes, historias y momentos de despedidas. Tomó su pequeña maleta de mano y se dirigió a la puerta de embarque número 60. Una vez allí, presentó su documento a los auxiliares de la compañía y le invitaron a pasar a la aeronave. Tomó asiento después de colocar su equipaje, y mientras se acomodaba el cinturón del avión, no exento de un pequeño temblor en sus manos, levantó la cabeza y justo a su izquierda, al otro lado del pasillo y en su misma fila, estaba sentado el chico que previamente se había despedido de sus padres en la terminal. Tenía la mirada perdida y entre sus manos cargaba una chaqueta que llevaba repetidas veces hacia su nariz para olerla y lanzar su vista por el pequeño hueco de las ventanillas como si tratara de comunicarse con alguien. La manga de su camisa le sirvió en más de una ocasión para secar alguna lágrima furtiva que precipitándose sin permiso le delataba como alma desprendida. Sacó un recipiente de plástico, del que sacó un pedazo de tortilla de patatas y lo comió con sus propias manos como si del mejor de los manjares se tratara. Manuel estaba atónito y no daba crédito a lo caprichoso del destino. Sin poder remediarlo, se lanzó a participar del momento para compartir con el muchacho aquella situación.

– ¿Vas sólo, muchacho?-

– Sí, señor, voy, voy…-

– ¿Te puedo contar algo?- Le preguntó con el mismo miedo que lo hace un chiquillo pidiendo permiso a su madre para seguir jugando un rato más con sus amigos habiéndose hecho ya tarde.

Volver a empezar...A partir de ahí, comenzaron una larga conversación. Una conversación que les convertiría en amigos de cabina, en amigos de circunstancia, en amigos de generaciones exiliadas unidos por la necesidad de buscar la vida donde resida. Allí donde los recuerdos se hacen fuertes, las penas buscan refugio y el deseo de regresar para tener el amor de los tuyos te mantiene siempre vivo.

Si viajáis, voláis o abrís los ojos a tiempo, tendréis la oportunidad de ver a Manuel en muchos rincones, tan sólo habréis de estar preparados y dispuestos con el corazón abierto para conceder al que calla en silencio tanto cariño y empatía como amor deja detrás.

Espero que os haya gustado y os rogaría que si así fuera, os suscribieseis en el formulario de la web para recibir de primera mano y en un mail mis publicaciones. Gracias por vuestra atención, sois muy importantes para mí.

Obra registrada a nombre de Justino Hernández en SafeCreative.

 
Submit your review
1
2
3
4
5
Submit
     
Cancel

Create your own review

Emocionalia
Average rating:  
 0 reviews

2 comentarios en «Volver a empezar…»

  1. Margarita Ramírez Rubio.

    Recordar es volver a vivir. Y cuántas historias se conocerán…podemos encontrar a Manuel… ¡Gracias por la lectura!

     

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies