Emocionalia

Un error de cálculo emocional…

Un error de cálculo emocional…

Error de cálculo emocional...Tendría que remontarme años atrás para darle recuerdo a una historia que cambió mi vida por completo y me enseñó como persona y como mujer que la vida es algo más que lo que vemos. Porque lamentablemente vivimos pensando que la percepción del mundo es unidireccional y que los demás no valoran el momento como nosotros. Somos almas huérfanas de empatía y rara vez advertimos que nuestros iguales tienen corazón y late con tanta o más fuerza que el nuestro. Mi deseo sería transmitirte, a ti que me estás leyendo en este momento, la idea crucial de que pensar siempre va antes que actuar, y que lo más importante de lo que tenemos delante no siempre es fácil de percibir aunque lo veamos con nuestros propios ojos.
Te ruego me acompañes hasta la Estación ferroviaria de Santiago de Compostela, preciosa donde las haya, congeniando arquitectónicamente con su entorno y mimetizándose espiritualmente con el encanto de una tierra que rezuma nostalgia y romanticismo por doquier. Aquel día me había levantado más temprano de lo habitual pues habría de partir hacia Madrid para reencontrarme con una amiga de la infancia que, circunstancias de la vida, había tenido que emigrar hacía años en busca de mejores alternativas de trabajo. Como me precipité un tanto en la llegada a la estación, pues siempre fui muy previsora, me senté en uno de los bancos a esperar que mi tren llegara para poder subirme a él y marchar. No había mucha gente en la estación con lo que el silencio a las siete y cuarto de la mañana se erigía en el sonido más intenso de la mañana. Coloqué mi maleta a la derecha del banco y encima mi abrigo de paño. A mi izquierda coloqué un bolso de mano en el que llevaba los enseres más socorridos en caso de necesidad y me dispuse a continuar uno de los libros que, por entonces, me apasionaba y cuya lectura me tenía atrapada, “Cien Años de Soledad”…lectura obligada para todo ser humano que se precie de tal condición. Cuál fue mi sorpresa que minutos más tarde pude escuchar por megafonía que mi tren se iba a retrasar media hora más. En ese momento ni cayó mal pues pensé que tendría más tiempo para poder sacarle partido a mi lectura, y continué con ella.
Un error de cálculo emocional...Al poco rato de estar sentada recordé que, con las prisas, no había tomado nada para desayunar y me levanté para comprar en uno de los puestos ambulantes de la estación, un paquete de pastas de Santiago para mermar la necesidad de alimento que, a buen seguro, vendría después a visitarme. Me volví a sentar y, después de tomar una de ellas, coloqué el resto del paquete cerca de mi bolso de mano sobre el banco y seguí con mi lectura. A los cinco minutos pude ver, sin apartar mi vista de las hojas del libro que tenía delante, que un muchacho de desafortunada apariencia, pelo largo y chaqueta de cuero viejo se sentaba a mi izquierda mientras me daba los buenos días y colocaba una bolsa de deporte antigua frente a sus pies. Como soy, o creo que era, una mujer educada, le devolví su “buenos días” con un mensaje subliminal que pretendía levantar un muro invisible para transmitirle que no necesitaba entablar conversación alguna, y aun menos con un desconocido. Por eso, proseguí con mi lectura al tiempo que con mi mano izquierda cogía una segunda pasta para llevármela a la boca. De repente, y sin decir una sola palabra, el muchacho desconocido estiró la mano hacia mi bolso y disfrazando su gesto con una sonrisa de medio lado, tomó el envoltorio de pastas, lo abrió y comenzó a comer sin cuestionarse la bondad de su gesto. No puedo negar que me molestó un poco; no quería ser grosera pero tampoco disimular como si nada hubiera pasado. De tal modo que decidí actuar y, con un gesto un tanto desairado, tomé el paquete, saqué nuevamente una de mis pastas y me la llevé a la boca, esta vez, mirándole fijamente como si tratara de hacerle vez que la propiedad me correspondía. Recuerdo que el asombro fue aún mayor cuando con las mismas, e imagino que como respuesta, el muchacho, de forma pausada y sonriéndome de nuevo, tomó otra pasta y me comentó que jamás había probado nada tan exquisito.Concluyó dicha acción haciéndome gesto similar al que levanta una copa en señal de salud antes de llevársela a la boca y…sonriendo, se la comió. Enojada como pocas veces y con cierta sensación de tomadura de pelo, cogí otra pasta y, con ostensibles señales de fastidio, me la comí mirándolo fijamente, no sin antes soltar un: –Me parece estupendo que le gusten, su precio tienen-.
Un error de cálculo emocional...El diálogo de miradas, gestos y sonrisas varias continuó entre pasta y pasta, y yo sentí que estaba siendo timada sin poder evitarlo. A medida que mi irritación se incrementaba, el muchacho cada vez se mostraba más sonriente como si de ganar un duelo se tratara (interpretaba yo). Finalmente, me percaté de que tan sólo quedaba una pasta, y me dije: -No podrá ser tan descarado- , mientras miraba alternativamente al muchacho y al paquete con la pasta huérfana lista a ser eliminada. Con una calma extremadamente pasmosa, el muchacho compañero de banco alargó la mano, tomó una vez más la pasta que quedaba, me miró, y la partió en dos. Con un gesto amable, me ofreció la mitad y mantuvo el gesto de ofrecérmela para que la cogiera durante varios segundos a la vez que me volvía a regalar una de sus irritantes sonrisas. -¡Gracias!- Le dije sin poder evitar en mi todo de voz una rabia contenida que poco o nada productiva se había vuelto. Y tras mirarle a los ojos con rudeza le tomé, sin saber muy bien por qué, la mitad que me estaba ofreciendo.   -De nada, es un placer compartir-, me contestó el atrevido sonriendo, mientras comía su mitad. Mi tiempo de buena lectura se había esfumado en una escena anodina e inoportuna que había ensombrecido el inicio de mi viaje. Entonces la megafonía anunció que el tren con destino a Madrid realizaría su partida en menos de diez minutos. Me levanté furiosa del banco, cogí mis cosas y dejé junto a él el paquete vacío de pastas para que cayera en la cuenta de que la educación habría de estar por encima de todo.Así y todo, por última vez, el muchacho de pelo largo tuvo la osadía de regalarme una última sonrisa al tiempo que me deseaba un bonito viaje y me tendía la mano en señal de saludo que, por supuesto no correspondí, y me marché de la escena para subirme de una vez a mi vagón.
Desde la ventanilla, y después de colocar mi equipaje a la par que el tren comenzaba a caminar, pude ver aquel muchacho todavía sentado en el andén. Me miraba aún sonriendo y todavía tuvo la desfachatez de volver levantar su mano derecha haciendo el gesto para despedirse mientras que con la izquierda guardaba en el bolsillo izquierdo de su chaqueta el envoltorio de plástico vacío. En ese momento pensé: -¡Qué insolente y mal educado!, ¡Qué será de nuestro mundo con gente de este tipo!, más valiera que se adecentara y mejorara en modales y educación. Lástima de juventud.- .
Un error de cálculo emocional...Al cabo de unos minutos, cuando el tren dejaba a sus espaldas la preciosa ciudad de Santiago de Compostela y la silueta de aquel muchacho era sólo un mal recuerdo, sentí la boca reseca por el disgusto. Abrí mi bolso para sacar la botella de agua que traje de casa y me quedé estupefacta y triste cuando encontré, para mi asombro y vergüenza, mi paquete de pastas intacto…

Agradecimientos a www.librodeanrena.com y devocionalluzenlastinieblas.blogspot.com por dos de las fotografías.
Espero que os haya gustado y os rogaría que si así fuera, os suscribieseis en el formulario de la web para recibir de primera mano y en un mail mis publicaciones. Gracias por vuestra atención, sois muy importantes para mí.
Obra registrada a nombre de Justino Hernández en SafeCreative.

 
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