Emocionalia

Trenes sin ruido…

Trenes sin ruido

Creo que en ocasiones el ruido no nos permite escuchar el atronador silencio que existe cuando dejas todo y el instante se para,  cuando la vida te abre la puerta, cuando hasta la misma soledad recoge sus cosas y se marcha sin mirar atrás. Como trenes sin ruido, tal vez, entre tanto, entre tantos y tantas, entre tu voz y la mía exista la posibilidad de unirlas para contarle a los demás que, mientras todo pasa a nuestro alrededor hay rayos de luz que se apagan sin que nadie se de cuenta, sin que nadie advierta su adiós…

Salió el sol, la madrugada reventó y la noche se despidió una vez más entre destellos de luz intermitente producidos por el apagado irracional de las farolas que, sumergidas en un azar ilógico, les ayudaba a imaginar quién de todas aguantaría más antes de agotarse. 

Verdes, blancas, algunas azules, el tejido era lo de menos, todas cubriendo cuerpos eternos, vitalistas, sonrientes con caminos por hacer. Manos dulces, resistentes, poderosas y sensibles. Voces firmes y tranquilizantes adornadas con sonrisas de papel, estimulantes sin opiáceos paridos de la voluntad del amor por el que ha de fenecer…

Pasé un par de veces por su lado porque fui llamado para ello, jamás me acostumbro a este menester pero manda la providencia y son cuestiones que rara vez suelo enfrentar. 

Sentado al sur de su cama,y sin que nadie pudiera advertir mi presencia, toqué sus pies y comenzaban a estar fríos, casi siempre es la misma señal y fue que comencé a recopilar los instantes que su corazón me fue ordenando poco a poco, aquellos que deseaba registrar como secuencias dignas de un mortal. Y, sin querer, volví a recordar lo que era llorar sin ofrecer líquido alguno, lo que era ordenar toda una vida en el hueco de un dedal. 

A su alrededor la nada inmensa, la ausencia de una vida entera, los amigos por estar y la familia que fue un préstamo, quizá, aún le estuviera buscando para poder cobrar. Por eso, al no encontrarle, digo yo, es que no supieron dar con su lugar. Por eso, coincidencia estúpida, ni compañero tenía para poder charlar. Todos menos él desconocían que faltaba poco para terminar de dibujar. 

Cuando era niño cargaba sobre los hombros con cientos de sueños locos. A sus pies kilos de ingenuidad, viajes, canciones, pantalones rotos y toneladas de libertad. Un chaval de la posguerra, un amante del “atrévete y verás”, un amigo, un compañero de todos y todo, un hombre de los de verdad. 

De vez en cuando me daba tregua, descansaba de vomitar, entraban médicos y enfermeras, entraban y salían pues en realidad ya daba igual. Registros, valores y mediciones, cálculos de una cuenta atrás. Tan sólo atisbaba a ver sus caras y ni tan siquiera les podía contestar. Lástima, pensé, tener que recorrer tanto camino sin poseer, al final, nada más que el silencio para ofrecer. 

Me contó que llegó a conocer el amor, al que rindió homenaje dándole nombre de canción; Noelia, su bella esposa, adelantada en el azar, era recordaba como el puntal que mantuvo su existencia, la marca desde donde remar, la luz que rompía la noche, la madre que le convirtió en papá. El olor de sus besos, me dijo, mantuvo bajo la almohada cada noche para darle sentido a los sueños con los que volverse a reencontrar. En casa quedaron para siempre éstos para que los otros juzguen, roben, vendan o extingan todo lo material pues pronto estaremos unidos y no habrá olor, sensación, sonrisa o abrazo que imaginar. Adelante, ineptos, disfruten del vendaval. 

Golpeaban sus palabras, la tristeza de su realidad, ser consciente del epílogo que me iba dictando sin que dudara mínimamente de lo que quería registrar para la eternidad. Me temblaban las manos que no tenía y atisbaba en pecho extinto toda la presión y ansiedad que suponen los sentimientos que se trenzan con hilos de soledad. Maldecía, sacrilegio para mi condición emocional, la suerte encomendada pues poco o nada se disfruta de recapitular toda la vida de un hombre y tampoco encontraba sentido a realizarlo desde mi identidad, le habría abrazado hasta caer rendido viendo como no podían hacerlo los demás. 

Tuve que tranquilizarme, al fin y al cabo, estaba materializando el acuerdo, ser lo que vosotros llamáis “ángel” hasta que la luz que gobierna todo estimase el momento de zarpar. Es complicado entenderlo, la condición de mortal no supera el entendimiento cuando de conocer los secretos del más allá hemos de hablar. Tal vez, cuando la luz sin retorno os golpee comprenderéis todo cuanto, desde ese mismo instante, ya no necesitaréis entender. 

Los visitantes miraban la cama donde moraba y solicitaban la presencia de facultativos porque no dejaba de moverse, con desasosiego, nervioso, como si precisara nuevas o más intensas medicaciones pero, en realidad, lo único que necesitaba era mi atención. Me decía, con una voz cada vez más tenue que, antes de que lo abandonara, anotara en su cuaderno de bitácora que había sido feliz que no quería formar parte de las listas de los tristes, de las almas desoladas, de los corazones sin brillo, de los afortunados de vida que no la supieron disfrutar…

En un momento, cuando nadie había entrado en la habitación y el requiem lo marcaba su respiración, ésta, dejó de prolongarse y se terminó para siempre. 

Entonces, por primera vez le vi, me vio, se abrazó a mí sin mediar palabra. Sus ojos brillaban con la misma fuerza previa a la eclosión del llorar y sus manos, ya sin frío, apretaban las mías con firmeza, sin miedo, con toda serenidad. Me hizo corpóreo y liviano, creo que todo lo debí suponer. Me dio las gracias por ayudarle y contemplamos desde ausencia total cómo cubrían el cuerpo que lo había acompañado durante toda una vida con una simple sábana blanca.Una triste y sencilla sábana, reutilizada, blanca… 

Ni plañideras, ni subterfugios, ni murmullos de condolencia, ni tan siquiera el eco del que se va. Le puse frente a la ventana para que pudiera contemplar la realidad desde otro punto de vista dándole la espalda a la vida de ensayo, a todo aquello que tuvo que atravesar para conseguir disfrutar como se merecen las almas que merecen conseguirlo y nada más. 

En el hospital el mismo ruido, trasiego de papeles, otro mortal que se va. ¿Tenía familia, alguien a quién avisar?. ¿Dejó testamento alguno a quien poder legar?…Trámites de dominó, carantoñas de la avaricia, ignorancia de las personas que considerando que necesitamos algo más que la vida acumulamos y acumulamos sin pararnos a pensar que en nuestro último viaje no podemos facturar. 

La habitación aséptica, sin arrugas, sin atrezo, dispuesta a retomar el baúl de los recuerdos, todos los días se marchan personas sin que nadie lo pueda evitar. Todos los días abrazo a los mismos, viejos, jóvenes, niños, la edad es sólo un concepto no una identidad. Ojalá no necesitarais enfermedades, ni violentas plagas para despertar y comenzarais a tratar a vuestros coetáneos con la suficiente verdad como para despedirles como la misma dignidad con la que vertéis lágrimas cada vez la galería os solicita legitimidad para poder aparentar…

Para convertirte en ángel no precisas alas ni vaporosas telas, ni siquiera morir de tristeza, prueba a ser humano sin que nadie lo sepa, sin que los demás adviertan que das de tu vida pedazos, retales de amor sin requerimientos de vuelta. Te aseguro que alguien habrá que lo sienta  y te coloque en su corazón como su ángel de cabecera…

Téngalo en cuenta, al final, detrás del gran final, no hay más…

 

A todas las personas que viajaron solas. Todo mi respeto y cariño. 

Gracias a QUO por su fotografía y su artículo. 

Espero que os haya gustado y os rogaría que si así fuera,votéis el artículo, os suscribáis en el formulario de la web para recibir de primera mano y en un mail mis publicaciones. Gracias por vuestra atención, sois muy importantes para mí.

Obra registrada a nombre de Justino Hernández en SafeCreative

 

 
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