Emocionalia

El tiempo juntos que ya no les hacía soñar…

El tiempo juntos que ya no les hacía soñar…

…Y quedó trabado, sin querer, en las fauces del ayer. En los aromas que regalan los recuerdos, a veces, a base de bofetones inesperados. Le rogó al destino condescendencia y se le ofreció a cambio la misma indiferencia que le otorga la miel a cuantos  por no poder acceder se quedan sin deleitar en paladar los delirios de su placer. Probó a implorar distancia del epicentro, aquél del que brotaban los pensamientos que como dardos incandescentes apabullaban, de forma certera, su corazón convaleciente mientras se derretían hilo a hilo las fuerzas por mantener la sonrisa falaz que ya le consumía. Caso omiso, una vez más, le haría la vida al muchacho pues le ofrecía a cambio de su pesar nuevas argucias para perpetuar el gozo más perverso de cuantos se conocieron jamás; mantenerse erguido en cuerpo y con el alma a los pies.

Llegó un día a girar la llave de su puerta con el ánimo desdibujado de encontrar al otro lado voces sempiternas atravesándolo de cabo a rabo, pero pensó que los días se estaban encargando de ocultar entre los muros todo vestigio de vida y, poco a poco, como quien olvida un dolor, asumiría desde el corazón que no hay más memoria que la que alimentamos inconscientemente aunque nos marchite desde el interior. Por esa razón, silbaba mientras colgaba las llaves y se despojaba de la chaqueta para colocarla en el perchero. De ese modo, se decía así mismo, la vuelta a casa no es acaparada, tan sólo, por el chirriante sonido que provoca el silencio.

Llovía de forma incesante y el leve martilleo de las gotas sobre los cristales de la ventana le acompañó aquella noche antes de sentarse a leer como de costumbre. No obstante, antes de apoderarse del trono de las lecturas “a medias”…se dirigió a la cocina para prepararse una infusión, coctel apropiadísimo de intenciones, placebos varios y aromas pretendidos que sólo en su imaginación le conducían a pensar que su estado emocional, más que una barca a medio reparar, era un brutal navío a punto de zarpar.

Se sorprendió mientras escurría las bolsitas porque escuchó un ruido extraño que provenía del salón. Podría ser el cansancio que le hiciera escuchar sonidos inocuos pero inquietantes para hacerle sentir en compañía, pero siguió preparando su infusión, esta vez dejando caer sobre la misma un generoso chorro de miel. Volvió a escuchar, en esta ocasión, algo más preocupante; su nombre en un par de ocasiones emanado de una voz susurrante y apenas reconocible. Los vellos de la piel se erizaron mientras que contemplaba estupefacto como la luz tenue del salón tintineaba a la vez que aumentaba su caudal…

Decidido, y con la taza en la mano izquierda, salió de la cocina para dirigirse  al lugar desde donde provenía aquella voz. Dándole la espalda, un sillón de orejas, que soportaba sobre sí algo que le hacía transformar la silueta de su sombra sobre la pared…

Acércate, no tengas miedo Le solicitó aquella voz tenue y femenina.

Rodeó, no sin miedo, la figura del sillón manteniendo la distancia y sin darse apenas cuenta comenzó a contemplar la figura de una muchacha de cabellos largos, lisos y afortunadamente colocados sobre sus hombros para hacer de su aspecto un espectáculo cautivador y sorprendente. Sus ojos, negros, brillantes y penetrantes por derecho le fueron acompañando hasta que se sentó en la esquina de su sofá sin poder articular palabra alguna.

-¿Cuándo has entrado en mi casa, quién eres, qué haces aquí…?- Preguntó casi sin dar opción de respuesta. Los nervios, la sorpresa y lo absurdo de la situación le llevaron a pensar en algún momento que sería otra de las situaciones delirantes que, cotidianas y reiteradas, le acompañaban los últimos tiempos en su vida.

Las manos de la muchacha se apoyaban sobre sus piernas y ofrecía una pose delicada. Su cara le regalaba una media sonrisa que más allá de incomodarle suponía un elemento conciliador, relajante y propiciador de un clima de serenidad y quietud que jamás había sentido antes en ese salón. Se produjo un prolongado silencio entre ambos con el sonido de la lluvia de fondo, imagínalo, cierra los ojos y trata de crear en tu mente la situación. A poco que lo intentes les verás frente a frente antes de comenzar el diálogo más esclarecedor y precioso.

– La reiteración de tus llamadas, la necesidad que alberga tu corazón por tener mi presencia le ha dado forma a mi ser y, es por esto, que tus ojos son capaces hoy de verme tal cual me ves – Dijo la chica.

El muchacho seguía sin entender nada y cuando quiso seguir preguntando le fue abortado tal intento…

– Cada noche, cada silencio que interpretas, cada lágrima que dibuja la orografía de tu cara, cada vez que deshaces el horizonte de tu mirada y te pierdes en el pasado sin saber qué hacer, terminas cuestionándote por qué sigo a tu lado…Es por eso que, hoy, necesitas, necesitamos, porque tú así me lo pediste en tu último sueño, despedirnos para siempre.- Nada más lejos de ofrecer un semblante triste, la muchacha esgrimió sus argumentos acompañados de un gesto en su rostro que transmitía tanta ternura y comprensión que el muchacho aceptó sin titubear.

Atónito escuchó sus palabras, como si brotaran del centro de sus entrañas, como si de un espejo traicionero se tratara y de lo más profundo del alma pudiera extraer el significado de cada una de ellas.

Secretos guardaba su almohada que nadie supo jamás y que acurrucaba cada noche para que al despertar resultaran menos violentos. Había solicitado a los astros, a las cartas, al mismísimo Dios mediar para que arrebatara de sí la pena que no le dejaba caminar. Y entonces supo entenderlo, unos segundos bastaron nada más.

– Ya sé quién eres y me temo que valoraré por igual tanto el dolor de ver como marchas como la paz que me dará el verte marchar. Si no me equivoco eres el Amor que no supe dar, el que no me atrevo a abandonar, el que vive en tristeza conmigo mientras me niego a decirle Adiós. Eres el recuerdo vestido de llanto, la nostalgia detrás de un ojalá, el deseo estéril de un beso que jamás llegará a ser verdad.  Te he buscado, hablado, suplicado, e incluso traté de pactar que la cuerda que nos unía llegara a ser el final que nos repartiera en cachitos, ínfimos e irreconocibles, para toda la eternidad. Pero te negaste a ello mientras me preguntabas una y otra vez que si así sería nuestro final…Y es que no puedo prolongarme más en hastío, ya no puedo vaciarme más, no encuentro en el futuro un motivo para cargar la memoria que juntos soportamos si la parte que me aguantabas no deseas rozarla jamás…- Terminó diciendo mientras resbalaba por su mejilla una lágrima.

Pestañeó y la muchacha dejó de existir en su viejo sillón para acomodarse a escasos centímetros de él. Por inverosímil que parezca podía sentir su presencia con la misma certeza que podría asegurar que su realidad etérea era algo sobrenatural. No obstante, y sin saber el tiempo que duraría aquella sensación, imagen o esencia de verdad, quiso disfrutarla como si supiera que era el último instante para poder hacerlo.

Una vez más, aquella chica, se dirigió a él tomándole de la mano y sin llegar a tocarle…

– Hemos vivido juntos grandes y maravillosos momentos, hemos reído y llorado a la par, maquillado los malos tiempos y ensalzados los que nos hicieron disfrutar. Fuimos nido de sueños, fuente donde llenar aquellos, los cántaros del miedo, que nos hicieran madurar. Nos hemos reconciliado, enfadado y vuelto a reconciliar. Quisimos más que los mismos dioses y nos alejamos casi sin mirar atrás. Jamás quedará duda que se sustente, que ponga en tela de juicio nuestra verdad pero he de marchar esta noche, he de extinguirme por siempre jamás. Porque si fuerte fueron tus llantos por mantenerme más lo son tus ansias de avanzar, de dibujar un futuro, todos los días que vendrán. “Cada uno da lo que recibe, y luego recibe lo que da. Nada es más simple, no hay otra norma. Nada se pierde…todo se transforma”. Me repartiré en el universo y los ecos serán testigos de mi existencia, allí donde me aparezca llevaré el sentido de ti, de tus palabras, de las veces que me pronunciaste, del espacio que cubrí en ti. – Y sin saber cómo surgió, el muchacho sintió un calor enorme en su pecho que le hizo encorvarse y perder la noción del tiempo a la vez que una luz le animó a abrir los ojos para atisbar de qué se trataba.

Al abrir los ojos se dio cuenta de que la luz del amanecer estaba solicitando el abrir de ambos. Era, desde hacía mucho tiempo, que había conseguido conciliar el sueño sin tener interrupciones, sin valorar el aspecto ensordecedor de la soledad en la noche y, por primera vez también, no había dormido con la pesadilla del amor imposible cogido de su mano.

Cerrar puertas es mucho más que comenzar caminos nuevos, supone darle tregua al corazón para que templado, sinuoso pero andante, pueda regenerar cada una de sus fibras con objeto de volver a bombear sangre nueva y no resquicios de fluidos yermos. Desde el otro lado de la ventana todas las almas alardean de poder lidiar con las historias ajenas con una destreza y razón que la misma Diosa Atenea quedaría extasiada y ávida de procedimientos para sí. Pero es un burdo engaño, es una triste patraña. Allí donde anidó el Amor sobrevienen dudas, sentimientos, luchas internas y disquisiciones consigo mismo difícilmente evitables. La distancia habrá de mediar entre la razón y la pobreza, entre la concepción de una nueva vida y la recogida de la anterior.

El muchacho continuó su vida y jamás se volvió a encontrar con aquella figura maravillosa. Pero ahora, después de pasados los años, cuando cierra sus ojos, siente al suspirar un olor innegociable atraviesa su cerebro y le hace arquear la comisura de sus labios hacia arriba. Sólo entonces comprende lo afortunado que fue el día que fue afortunado y lo extraordinario que es saber que lo mejor está por llegar…

Dedicado, si se me permite esta vez, a todas aquellas almas que, atravesando parajes donde la luz brilla más tenue que de costumbre, soñamos con un amanecer que nos resuelva la ecuación que contempla el equilibrio entre felicidad y paciencia. 

Gracias a https://rincondeltibet.com/ por la estupenda fotografía de la portada.

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Obra registrada a nombre de Justino Hernández en SafeCreative

 
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