Emocionalia

La Princesa de papel…

La Princesa de papel…

Nadie dijo nunca que vivir fuese una tarea fácil, más al contrario, creo que supone el mayor de los retos. Más aún cuando te ofreces para traer al mundo un ser que, indefenso, sin medios y necesitado de tanto, te tiene como refugio y morada durante años. Hoy jugué con el tiempo, me puse a merced de mis dedos y, quizá, salí escaldado. Formas hay de entender la vida, de vivir los sentimientos. Vamos a permitirles a todos un hueco y dejemos los debates para los espacios yermos. Tomad aire y poned en marcha vuestra máquina del tiempo…

La princesa de papel...…Aún recuerdo como si fuera ayer, cuando nos dijeron que, apenas siendo casi inapreciable a la vista humana, ya estabas creciendo dentro de mamá. Creo que el mundo se hizo pequeño, muy pequeño, mi corazón inmensamente grande y cada poro de mi piel se volvió del tamaño de cuencos de barro para llenarlos de ilusión y dicha. Cada minuto era una historia que contarte pues jugaba a hablarte y narrarte, a mi vuelta del trabajo, cada jornada que transcurría para que te fueras acostumbrando al timbre de mi voz y a mi torpe manera de decirte desde entonces que te amaba. La paciencia se fraguó entre tintes de tediosa espera y el maravilloso descubrir de los cambios que ocasionabas en mamá al paso de los días, de las semanas, de cada mes. Justo horas antes de nacer me dirigí a ti por última vez antes de salir de tu escondite pues nos habíamos convertido en verdaderos amigos, y te pedí que jamás rompiéramos nuestra amistad ,pasara lo que pasara, pues a partir de vernos las caras pasaríamos a ser hija y papá. Tu nacimiento fue el espectáculo más tremendo y fascinante que verán mis ojos en toda su existencia. Cualquier evento que presencie quedaría eclipsado por tu venida pues al tenerte en mis brazos, y con los ojos repletos del salado líquido, puede entender que mi vida ya no me correspondía ya que estaría a tu merced hasta que mis párpados miraran al sur para siempre…
Correteabas adornada con dos coletas sin levantar más de tres palmos del suelo mientras que con tu lengua de trapo realizabas versos de ángel que tamizaban mi corazón y llenaban mi alma de te quieros que almacené para que jamás se me olvidara lo que siento por ti. Cada paso dado suponía una conquista y tu, mi princesa, te coronabas como la dueña de todas las odiseas que tenían lugar en nuestro cuarto de estar. Sufrí tus llantos y compartimos noches en vela, tantas que acordarme sería mentir pues hace tiempo que perdí la cuenta. Entendí que el concepto madre va más allá de la mera semántica y que ciertos vínculos superan lo carnal, ya que el olor era mero vehículo para calmar tus miedos, rescatar tu risa o mermar la necesidad de sentirte querida cuando ella aparecía. A veces tengo la sensación de que el tiempo es sólo un pretexto en forma de horas pues, a decir verdad, bien pudiéramos hablar de litros en lugar de minutos ya que la vida se va como agua entre los dedos y es imposible retenerla por más diques que pretendamos levantar.
La princesa de papel...Tu primer día de colegio sumado a la ausencia que dejaste en casa supuso un nuevo reto para los que estamos de este otro lado. Aunque la razón nos dictaba aliarnos a la cordura y considerar aquel hecho como algo normal y necesario, el corazón se manifestaba dando voces de silencio y acurrucado en el rincón de su soledad extendía sus manos intentando llamarte para que regresaras pronto con nosotros…pero eso nunca lo supiste, sólo se supone con los años. Porque ahora que te escribo estas líneas has de saber que la luz era pobre y estéril cuando no estabas en casa, la alegría se nos concedía a plazos y los momentos de ilusión pasaban por rememorar aquellos que tu nos regalabas cada instante y que recuerdan todas y cada una de las paredes de nuestra casa. Pero de forma cíclica resucitábamos nuestra fortuna y abatíamos la pesadumbre de tu partida cuando regresabas a tu hogar. Volvíamos a escuchar las frases ininteligibles, las melodías de complicada estructura y las reiteraciones llamando a mamá o a papá. Era fantástico saberte en casa. Además, no mentiré, si te digo que si cierro los ojos y me coloco al inicio de nuestro pasillo, podría describir el sonido de tus pasitos acelerados buscando mis brazos y la expresión de tu cara mientras te lanzaba hacia arriba para volver a cogerte y pegarte a mi pecho. Poco a poco tuve que dejar de hacer eso pues mi espalda y el sumar de los tiempos concluyeron que dicha posibilidad se había esfumado para no volver jamás.
Con la adolescencia llegaron las distancias, las ausencias de los besos de verdad y la necesidad de sentirte libre. Asumí con resignación que cada vez era más complicado sentir tu respiración como cuando tus piernas colgaban más de un metro del suelo y casi nos dormíamos abrazados mientras te repetía al oído, y en voz baja, te quiero princesa… Pertrechado de falso orgullo y asociado a un miedo atroz por el daño que pudieras sufrir en los días de salida, sin la luz del sol y sin la protección de mis ojos, aprendí a entender que te habías hecho una mujer y que apenas quedaban dos o tres años para que volaras de nuestro lado para comenzar a recorrer el viaje de tu vida convirtiéndonos en meros espectadores de lujo. Y es que lejos de desear seLa princesa de papel...r tildado de sobreprotector o padre anacrónico y trasnochado, cada palabra, cada sentimiento que surge con la circunstancia que describo tan sólo habrá de entenderla quien fue padre alguna vez. Los sentimientos no comprenden de lógica, ni la razón es compatible con la pasión con la que se llega a querer a una hija o a un hijo. Por ello me fui acostumbrando a la existencia de los besos en una mejilla, las caricias en el hombro que todo padre merece por el hecho de serlo y las carantoñas que pasados los cincuenta van asociados a dicha década. Pero jamás regresaron las risas sin motivo, los abrazos ilimitados en el tiempo ni las miradas que, furtivas, fortalecían la complicidad de dos almas que sentían la necesidad de saberse queridas.

Fui reconociéndome como el destinatario de los momentos de oro, esos que llegan casi sin avisar y te hacen henchir el corazón de júbilo y alegría cada vez que una hija te da ese abrazo que te queda sin respiración, haciéndote creer, por un momento, que aún vive en su interior la princesa que un día era la dueña de tu castillo de cuentos…
Aquel día es reconocido por muchos como un día enorme, bello, feliz…y para ser honesto, jamás lo pude describir de esa manera. Bien es cierto que ver casar a una hija es un sentimiento de orgullo por presenciar un acto de unión entre dos personas que se quieren, pero también es la rúbrica que rescinde el contrato que establecía que tu casa era la suya, que el mismo techo nos cubría a los dos o que dejaría de ser el caballero que guardara su estancia cada noche…Asumo con certeza y tolerancia cuantas críticas me viertan, así como incomprensiones han de llover sobre mis líneas de infortunio como padre, pero reitero lo dicho, es más cómodo ver llorar que procurar curvar los labios propios intentando una sonrisa cuando el corazón desconoce motivo alguno. Ser padre es ofrecer valores, implementar modos de pensar, conceder la posibilidad de crecer desde la libertad y la madurez, asumir que todo es necesariamente cíclico y reiterativo, y que no somos dueños de nada ni de nadie…pero ver partir es muy duro. Quien lo probó, lo sabe.
La princesa de papel...Hoy, mientras me asomo a esta ventana, sin la compañía de mamá que, terca hasta el final, se marchó de viaje antes que yo consumando la victoria de nuestra fatal apuesta, veo a los chiquillos merodeando las piernas de sus madres y te recuerdo una vez más. Y aunque los días se vuelven eternos y las noches son autopistas de soledad y silencio sin final, albergo la esperanza cada domingo de volver a ver tu cara y poder besar tus mejillas. Aquí no me tratan mal e incluso me dejan leer un ratito aunque a duras penas sorteo la forma de las letras. El cariño va por barrios y las lágrimas se vuelven elementos de cotidiana necesidad por rememorar tiempos pretéritos. Me gustaría decirte hija mía que aproveches tu vida, que parece que nunca va a terminar pero el tiempo es un ladrón de instantes que jamás se harta de robar. Gracias por todos tus besos, por tus caricias y por tu paz, aquella que me dejas siempre cuando te vas. Hasta aquí llegaron mis días. Hoy te tenía que hablar pues mañana puede ser tarde y no quisiera dejarte de contar que has sido toda mi vida y te amo como nadie amó jamás…
Te quiere, papá.

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Obra registrada a nombre de Justino Hernández en SafeCreative.

 
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3 comentarios en «La Princesa de papel…»

  1. Samuel Rojas

    Muy bueno, yo aun tengo en mi casa dos mágicas princesas, creo ,aunque seguramente me equivoque, que estoy preparado para ese día que ellas también rubriquen el contrato de ya no pertenencia. Mientras ese día llega voy a disfrutarlas al máximo. Son dos de los tres regalos que El Eterno me ha regalado.

     
  2. Marivi

    Preciosa historia, me ha encantado. Ha sido una variedad de sentimientos. Me ha hecho recordar mi infancia que gracias a mis padres y mi hermano fue maravillosa. Abrazos.

     

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